miércoles, 8 de diciembre de 2010

TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DE MARIO VARGAS LLOSA ANTE LA ACADEMIA SUECA


Elogio de la Lectura y La Ficción
Por Mario Vargas Llosa

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponla al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que lela pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentan tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los nuestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son un imponentes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son, actos y que una novela una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos periodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura. a las conciencias que formó. a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella Fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que lentos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, mecer del progreso, ni siquiera existida. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda formas de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empapados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los tabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendemos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico. Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse 31 cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo politice, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país. América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy -que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Isaiah Berlin y Karl Papper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de dial domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roznan y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más !e agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta nunca de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos anos producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz. Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, machismo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil. Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo. América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington. Nueva York. Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando. aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convenido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fiera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación. y porque allí amé. Odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he techo siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinocha, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si -el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fiera víctima una vez vas de un golpe de Estado que aniquilan nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los denlas desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que urdan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con remendad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “Todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevarnos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores muscos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo¬cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación, a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticada, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas criticas, pan ser justas, deben ser una autocritica. Porque, al independizamos de España, hace doscientos alas, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad eme ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta encorares prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apeno ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde fobia que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Pan mi, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde en estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la perra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una cenen: que el final de la dictadura cm inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosas como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues conviene en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la casa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convienen en hitos de la memoria y escudos corea la soledad. La patria no son las banderas ni !os himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mi una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis dos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños. se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido buenito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” -lindo y triste apelativo-, donde descubrí que ro eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obra escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón cono por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas panes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, coronado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, La prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Alvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las malezas, y es tan generosa que, hasta cuándo cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir“.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios. en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me mercera aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre habla muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y. desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad. la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora. en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de tabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una histona, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manen de vivir“, dijo Flaubert. Si, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo corno un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando una forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privados de su libre albedrío sin matarlos sin que la historia pierda poder de persuasión es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada dial semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima. La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia sobre toda cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos altos de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro que sólo sobre un escenario cobrarla la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena con Norma Meandro en el papel de la heroína, que, desde entonces entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que a mis setenta años, me subirla (debería decir mejor me arrastrarla) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía. vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan 0llé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo. ros ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrirnos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos iras dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar ilustrarlas y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comento la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las encalas de La naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados par los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la nona de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño. goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin yegua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventarnos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modeladas con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la sida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad, hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenernos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentirnos terrenales y eternos a la vez la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están darás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

Estocolmo, 10 de diciembre del 2010

29 comentarios:

  1. Discurso de Gabriel García Márquez al recibir el Nobel de Literatura (Primera Parte)

    Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

    Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

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  2. Segunda parte:
    La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

    Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

    De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

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  3. Tercera Parte:
    Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

    Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

    No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

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  4. Cuarta Parte:
    América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

    No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

    Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

    Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

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  5. Quinta Parte:
    Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

    Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

    En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias

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  6. Quinta Parte:
    Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

    Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

    En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias

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  7. Quinta Parte:

    Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

    Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

    En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias

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  8. Quinta Parte:
    Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

    Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

    En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

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  9. Poeta kamikazi,
    El discurso de MVLL es bueno, aunque peca de excesiva melancolia en algunas partes (y de color local como diria el maestro JLB).

    Valiente es su deslinde con el socialismo que te encandila, y lo mismo su defensa de la libertad para crear. La literatura es y sera un arma potente y por ello atacada por los enemigos de la libertad (acuerdate de Solyenitzin y que 'Un dia en la vida de Ivan Denisovich' tuvo que ser publicada clandestinamente en samizdat).

    La referencia a Bolivia y Nicaragua como democracias tropicales es correcta, aunque a muchos les duela admitirlo y parezca a un ataque a esos paises. Una vez mas, creo que cada pais tiene el gobierno que se merece.

    El discurso de GGM es hermoso, aunque demostrativo de su distinta vision del mundo.

    Siempre he admirado la prosa de GGM (he leido casi todos sus libros, y de vez en cuando releo el magistral cuento 'Blacaman el bueno vendedor de milagros'.

    Espero tus comentarios.

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  10. Aprecio que haya críticas de tu parte a un discurso que en mi concepto pudo ser como el de GGM o el de otros tantos premiados que no caen en el excesivo "color local", que yo llamaría más bien provincianismo, o como diría Javier Valle Riestra "mentalidad de hortela (chico de los mandados en Madrid)".

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  11. Vate maestro del kabuki,
    Algo que siempre me ha fascinado es el tema de la creacion literaria. Escribo este como un lector compulsivo ("cisnes negros" como decia JLB), capaz de admirar la buena literatura, la forma magistral de escribir de mis autores predilectos, pero me confieso absolutamente incapaz de poder escribir algo trascendente.

    Soy eso si, prolifico escritor de cartas al editor del periodico local, donde ya me conocen como un contrario, un libertario, un opositor singular a la mayoria (aun asi han publicado mas de veinte de mis misivas).

    Que hace a un escritor y como se forma la idea que despues se traduce en un cuento o una novela? He leido muchas opiniones sobre ello, pero el misterio continua. Theroux escribio un lindo ensayo sobre ello, en donde exalta la importancia de la memoria en el proceso creativo.

    Como escritor que eres me gustaria saber tu opinion.

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  12. La respuesta a tu pregunta la podría responder un gran escritor. Algunos lo han hecho de manera muy clara y convincente, otros de una forma oscura. Lo que me quedó claro con el discurso de VLL cuando recibió el Premio Romulo Gallegos es que es una pasión muy singular. Como lector impenitente siempre he pensado que para ser un buen escritor, además de talento, necesitas estar disconforme (si es posible radicalmente) con la sociedad y hasta con la realidad y...no ser feliz. Un escritor feliz es un contrasentido, un escritor exitoso es un absurdo. Cuando un escritor gana fama y dinero puede ocurrir que ya no tenga motivos para escribir. Claro, me dirán cuántos "escritores" hay como Paulo Coehlo que son famosos y venden libros por toneladas. Tú y yo sabemos que esa literatura es basura. Lo mismo pasa con otros tantos "escritores" que escriben para las masas, para las mayorías. En realidad un escritor auténtico escribe para minorías y para el futuro. En su tiempo lo leen cuatro gatos. Muchos de los libros de VLL son malos, están escritos para divertirm y eso no es literatura. Hay fenómenos como García Marquez, que es bueno y que vende, pero es una excepción. Por un GGM tienes Isabeles Allendes, Paulos Coehlos, Oshines y toda esa recatafila de basura que nadie leerá dentro de 50 años. En cambio Cien Años de Soledad estará fresco dentro de 500 años.
    Pero volviendo al tema de la motivacion del escritor: si un escritor se adapta al orden, al estabilishment ya no tiene sentido que escriba, ¿de qué va a escribir?
    En todo arte hay desacuerdo con lo existente, Cuando VLL era un buen escritor decía que el escritor era un "deicida". Es eso mismo, Cabeza.

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  13. Poeta del teatro No,
    Muy cierto lo que dices respecto a los escritores "exitosos". Coelho es un plomo, imposible de leer, un inmamable, como lo son King, Steel, Ludlum y tantos otros autores de paperbacks.

    La excepcion a la regla parece ser el magnifico Frederick Forsyth, autor del 'El Dia del Chacal', entre otras novelas.

    La obra de MVLL es irregular, estoy de acuerdo. Sus primeros libros som ampliamente superiores a sus ultimos. Para mi 'La Guerra del Fin del Mundo' es el mejor de todos, junto con 'Conversacion en la Catedral'.

    Esta misma caida de nivel le ocurrio a GGM en sus ultimos dos o tres libros.

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  14. Vate de Osaka,
    Permiteme cambiar de tema para mencionar el e-mail recibido de nuestro companero Jorge Castaneda con un par de fotos de primera comunion, la misma que menciono Aldo.
    Alli estan Mario, Jorge mismo, Urriaga (creo), Enriquez, y otros companeros.

    Si tienes tiempo podrias ponerla como tema para recordar los buenos tiempos pasados? Gracias.

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  15. Queridos habitantes de la urna de cristal, suspendida en las nubes del individualismo, he de decir que no me desagrada, al contrario, me emociona el color local de MVLL, su sinceridad al reconocer el encanto, la alegría, y también la tristeza que genera en él, el Perú y su gente. Para decir lo que ha dicho, sin importarle la elegante y mullida alfombra sueca y el pandeoro de sus palacios,no ha necesitado mas que ser leal con sus sentimientos y dejarlos aflorar.MVLL ha reconocido con orgullo que nació, creció y se formó en el Perú, y que eso es lo que entiende por Patria. De lo que Uds.llaman color local y yo sentimiento patrio,NO EXCLUYENTE NI NACIONALISTA, deriva el reconocimiento que nuestro Nobel hizo de Arguedas, de "Todas las sangres" y de la asignatura pendiente de inclusión social que América Latina debe afrontar.Lo esencial del discurso, salvando la unilateralidad de su crítica política, se entiende mejor si lo relacionamos con "El sueño del celta", que desnuda la rapacidad del colonialismo y la explotación de los pueblos originarios, y reivindica la emancipación de los dominados, congoleses, nativos amazónicos o irlandeses

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  16. Mario, en ningun momento intente menospreciar el color local, lo que dije que es que en el contexto del discurso me parecio quizas excesivo, sumado a cierto melancolismo arequipeno.

    No podemos negar nuestras raices. Hasta hoy recuerdo 'El zorro de arriba y el zorro de abajo' de Arguedas. Magnifico libro que lei en mi juventud. Ciro Alegria tambien me gustaba, hasta que se metio en politica con Accion Popular.

    Tambien es cierto que la cultura y la literatura son universales. Sino, acuerdate de 'El Aleph' de Borges, que aunque sucede en Buenos Aires nos muestra la extraordinaria vision cosmopolita del maestro, (a quien acusaron de elitista por no tratar temas argentinos).

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  17. Querido Mano, somos lo que son nuestras circunstancias, y, querámoslo o no, esa impronta se manifiesta hasta cuando respiramos. Aunque la literatura no escapa completamente de este sino, es cierto, como afirmas, que el arte y el artista son también capaces de universalizarse. El mejor ejemplo es Borges, autor imposible de releer porque sus textos, así uno los revise mil veces, serán, para el lector, siempre virginales. Tú, como buen borgiano, compartirás mi opinión que cada lectura de Borges es diferente a la anterior, así se trate del mismo cuento. Hasta hoy no he encontrado otro autor que genere en mí tamaño placer. No obstante esto, cuando hace poco estuve en Buenos Aires, pude comprobar que la pluma global de Borges, fluye hermosa y afable como la Milonga y el argentino común

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  18. Eso de que cada lectura es diferente cada vez, es una gran verdad. Por ejemplo, mi cuento favorito de Borges es 'Funes el memorioso', una obra maestra, un alucinante elogio a la memoria, que en cada oportunidad que lo releo no dejo de gozar y apreciar menos.

    La lectura es de veras maravillosa.

    Mario, algun dia te contare mi encuentro con el maestro y los 45 minutos que pase conversando con el. Su autografa esta conmigo en Wellington en una copoia de 'Historia de la Eternidad'.

    Que el poeta de Honshu y Sendai nos de su opinion.

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  19. Minotauro: me decepcionas. Ese color local de VLL no solo es cursi, sino hipócrita.El precisamente en la Utopía arcaica se distancia de Arguedas. Además VLL siempre ha reclamado ser ciudadano del mundo. Lo que pasa que además de Nobel, es huachafo y oportunista. Esto último a cuento de que le quisieron quitar la ciudadanía (no sean cojudos de reer semejante cuento)Quien conoce algo la biografía de MVLL sabrá que el Perú le importa un pito y está bien. A manolo Pedreschi también le importa un pito y yo nunca podré cantar esa huachafería de "Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz". Yo coincido con MVLL y Manuel Pedreschi Montes en que la nacionalidad es un accidente.
    Por lo demás, y repito, la obra de MVLL le costo a él y solo a él. El Perú hizo siempre todo lo posible por joderlo. Lo jodío su padre, lo jodió el colegio militar y los militares quemaron parte de la primera edición de La ciudad y los perros. Siempre lo tuvieron entre ojos hasta que convertido en un derechista se mandó contra la estatización de la banca el 87. El escribió toda su obra hasta entonces fuera del Perú. A que viene esa ridiculez entonces de que los peruanos nos sentimos orgullosos de él. Si hay a César Vallejo le hubioeran dado el Nobel antes del 38, igual. El Perú lo cagó al pobre Vallejo y después cuando el mundo lo reconoció como un grandísimo poeta quisieron repatriar sus huesos al Perú. Seguro que si Vallejo resucita manda a la conchadesumadre a todos los peruano (con algunas excepciones) y pìde que lo dejen en Francia.
    Hay que reconocer que MVLL es un tipo ejemplar en cuanto a voluntad y disciplina, y así no somos todos los peruanos, sino todo lo contrario. Pero MVLL se ha vuelto un politico y por eso ha hablado tanta huevada localista que nadie en Estocolmo ha entendido. Hubiera sido sincero. A el le preguntaron una vez quien era su poeta favorito y no dijo Vallejo, sino Neruda. Y está bien, pues. Para un escritor la patria no interesa, es más no tiene patria. La patria de un escritor es su idioma, su lengua y, por supuesto la literatura.
    Con esto no quiero decir que no han habido siempre escritores con un acento marcadamente nacional, pero eso no es lo más importante, eso no los hace universales.
    Y en cuanto a Arguedas, mi querido Mario, lo prefiero como antropólogo.

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  20. Vate de Kyoto,
    Debes poder leer la mente, porque eso de que la nacionalidad es un accidente lo he pensado siempre. Por ello desprecio los patrioterismos absurdos que hacen pensar a algunos tontos que por ser de aqui o de alla son superiores al resto.

    Lo de la nacionalidad de MVLL no lo se. Si el lo dice, asi sera, aunque tu a la diestra del satrapa nipon quizas sepas los detalles. Si es asi, canta ahora porque el que calla, otorga.

    No tengo empacho en decirlo: soy peruano de nacimiento, pero me considero ciudadano del mundo. Mas de una vez he debatido el topico con neocelandeses.

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  21. Hay obras en que el color local es fundamental. Lee "The Grapes of Wrath" (Las uvas de la ira) de Steinbeck para que te convenzas. La traduccion es buena, pero en ingles el libro es mas hermoso aun.

    Lo mismo ocurre con los cuentos de Maupassant y Balzac o muchas de las novelas de Dostoievski.

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  22. Vaya, en algo coincidimos, Macrocéfalo. Mejor sería traducir el libro de John Steinbeck, a quien no leo hace 30 anos, como Las viñas de la ira. Suena mejor, más poético. El escribió también El omnibus perdido, novela que me gustó y que no se si pasaría mi filtro hoy.

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  23. Carlitos, los maltratos y las afrentas que un escritor recibe, lanzados por grupos o personalidades interesados en desacreditarlo y burlar su crítica, no tienen porqué distanciarlo de su país y sus gentes, menos hacerlo cínico, falto de sinceridad, oportunista y huachafo. En el caso de MVLL no es cierto que el Perú y los peruanos lo jodieran; que su padre, la milicada y ciertos avispados señoritos lo humillaran o traicionaran, es algo completamente diferente; esto explica la escena de hoy que presenta, por ejemplo, al Cardenal Cipriani y a Rey, incorporado a la huestes de Keiko, incómodos con la distinción del Nobel, mientras el pueblo, culto o ignorante, lo saluda y comparte.Si siguiéramos tu lógica, Carlos, la treintena de años que Gramsci y Mandela pasaron en cárcel los habría hecho aborrecer Italia y Sudáfrica, y todos sabemos que eso no fue así, que ambos pusieron sus vidas al servicio de sus pueblos, que Gramsci murió con la esperanza de un futuro sin dictadura fascista y Mandela consiguió acabar con el apartheid. No comparto la mecánica contraposición que haces de patria y orbe, porque confundes lo primero con patrioterismo o jingoismo. Me parece que la realidad es diferente, que se muestra dialéctica, a través de la unidad y lucha de contrarios, permitiendo que un ciudadano del mundo lo sea sin negar sus raíces y que, si de literatura se trata, los temas universales y nacionales concurran, como, una vez más lo digo, se nota en el Sueño del Celta (colonialismo - genocidio - emancipación - Congo - Amazonía peruana - Irlanda)

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  24. Mario, buscare 'El Sueno del Celta', aunque aqui es dificil encontrar libros en espanol en la biblioteca (la de Wellington es una verdadera maravilla), asi que lo encargare a mi proveedor en internet.

    Poeta juglar de Hokaido, creo que tus anticuerpos hacia MVLL, tu antipatia hacia el hombre creo, por razones politicas, nublan tu vision y te hacen (a veces) negar el valor de su obra. Yo no soy un fanatico vargallosista pero reconozco y admiro su maestria como escritor.

    No bajemos de lote a este blog mencionando los nombres de los mercachifles proxenetas Cipriani, Rey, y la delfina ignorante Keiko. No hemos caido tan bajo.

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  25. Ni Mandela ni Gramsci son artistas. Entendamos la génesis del arte. Pueden leer Para una sociología de la noela de Lucien Goldmann, discipulo de Gyorg Lukacs.
    ¿Por que la mayoría de los escritores latinoamericanos y del Tercer Mundo se autoexilian en París? Su patria los asfixia y los puede destruir como creadores. Esta es una verdad de Pero Grullo. Pero a confesion de parte, relevo de pruebas. Investiguen cuantas veces en su obra y fuera de ella, MVLL despotrica del Perú. A mi me ha sorprendido sobremanera que él se deje homenajear por los peruanos del modo como lo ha hecho. Un paso más en el camino lamentable de la impostura. Igualmente me pareció patético que hace años las viejas y viejos pitucos que aparecen denigrados o caricaturizados en sus primeras novelas, lo aplaudieran en la Universidad de Lima. Joder.
    El 100% de los peruanos se sienten orgullosos con el Nobel, pero el otro día Radio Bethel (emisora en la que colaboro)hizo una encuesta callejera y 9 de diez personas estaban felices porque se le había concedido a MVLL el "Premio Nobel de la Paz". Obviamente hicimos la encuesta luego que el cultísimo Alejandro Toledo expresara su regocijo como PERUANO por el "Premio Nobel de la Paz en Literatura". Y en el Congreso Canal 4 hizo otra encuesta y el 90% de los parlamentarios no habían leído a MVLL. Sin embargo ya planean otorgarle una medalla.
    Yo admiro profundamente al primer Vargas LLosa y me apena mucho su deceso. ¿Para que mierda quiere un escritor o un artista auténticos medallitas, condecoraciones y homenajes?
    Lamentablemente los seres humanos somos criaturas muy contradictorias.

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  26. Querido Mario: el poeta y el escritor están distanciados de su realidad (algo más grande que patria) desde el inicio. Por lo menos en la sociedad burguesa (veáse Goldmann)La novela es un género burgués (no hay aquí ningún afán peyorativo, sino una calificación histórica). Goldman habla de 3 posibilidades de relación del artista con el mundo: 1) Comunidad del autor con el mundo como en los tiempos homéricos o en todo tiempo que produce literatura épica 2) Ruptura total del autor y el mundo y lo que se conoce como lírica. Esto atañe a los poetas romanos y a los modernos desde Baudelaire. 3) Ausencia de ruptura total y ausencia de comunidad con el mundo o sea la novela, el universo del "héroe problemático".
    En las novelas de MVLL, especialmente en los primeras hay un héroe problemático, un personaje como "el poeta" o "Zavalita" están en el limbo, critican a su mundo, pero no están dispuestos a destruirlo. Los personajes son delegados del autor, mensajeros. MVLL es Zavalita y vemos, leemos, cual es su sen timiento respecto del Perú, una sociedad ya perdida, irrecuperable. Zavalita mira la avenida Tacna "sin amor". Mira, yo era el mejor alumno de interpretación de textos del glorioso programa 222 (Literaturas Hispánicas) de la no menos gloriosa UNMSM y me tocó estudiar la obra de MVLL, obra qaue desde luego admiraba y admiro (me refiero al primer Vargas Llosa). No me pidan que admire La tía Julia y el Escribidor o Pantaleón o las visitadoras.
    Pero volviendo al tema: si conocemos de literatura contemporánea no digamos nunca que existe una buena relación entre un escritor y su país. Si existe ese escritor ers malo. Y si hay en estos tiempos un tono épico o sentimentaloide como en Scorza (agggg) mejor dejémoslo.

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  27. Son of Nippon,
    Diste en el clavo al mencionar a Scorza, como ejemplo de un escritor ordinario y mediocre, tal como el "muy de moda" Bryce Echenique, plagiarista autor de mamotretos ilegibles.

    Discrepo contigo sobre 'Pantaleon y las visitadoras', que aunque ligero es una critica mordaz a la corrupcion, a la huachaferia, al ejercito y la sociedad peruana en general. No lo leas tan solo como una satira.

    A proposito, les pregunto: que les parecio 'La fiesta del Chivo'?

    Vate de Nagasaki, aunque creo saber tu respuesta, has leido a Italo Calvino?

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  28. Querido Carlos, me da la impresión que según tu esquema racionalista sólo merece título de escritor el literato maldito que aborrece sus raíces y mira sobre el hombro a su gente, no comparto esta posición elitista, que desconoce lo afirmado, no por Goldman, sino por Mariátegui, quien dialécticamente supo explicar por qué ante la realidad económica, política y cultural del mundo y del Perú lo correcto era mantener una posición pesimista del presente y una actitud optimista del futuro.
    En cuanto a que el caso de MVLL no se puede entender recurriendo a un símil con Gramsci y Mandela, disiento porque la política como la literatura son creaciones humanas, culturales, que, pese a contar con sus propias normas y líneas de desarrollo, reflejan estética o programáticamente la realidad y las circunstancias en que se formó y vive el artista o el político. Por último, hablas de un primer Vargas Llosa y descalificas al actual, me imagino que lo dices porque aún no has leído El Sueño del Celta, para mí, tan atractivo y valioso como Conversaciones en la Catedral, La Guerra del Fin del Mundo o El Paraíso en la otra esquina; es más, El Sueño del Celta me parece vibrante secuela de la Fiesta del Chivo, por la abierta denuncia que hace del colonialismo, de viejo y nuevo cuño, y sus infernales métodos autoritarios. He disfrutado esta novela tanto como cuando, bastante más joven, leí la Ciudad y los Perros; que el autor haya modificado su posición política no me distancia de él, porque no he detectado que instrumentalice su estética y la convierta en propaganda

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