domingo, 22 de agosto de 2010

RECUERDOS DEUSTUANOS (PARTE 2)/ CARLOS ORELLANA


Me envía mi tocayo Carlos Valqui Guarniz un email que me da pie para algunas remembranzas en las que la política era entonces una suerte de fulgor o fogonazo que nos atraía:

"Don Carlos: (MIKE MALONE):
En su comentario de BLOG "Dos email" menciona que la foto que muestra de su persona data del 2006, lo cual no es obice para reconocer que el paso de los años ha sido benevolente con Ud. además mucho tiene que ver el modus vivendi, matizado de comodidad, solvencia, cariño de tus seres queridos y amigos que lo estiman. Asimismo saludo el intercambios de opiniones que tiene con el amigo Manolo, quien merece mi reconocimiento por haber descrito su persona como una persona entregada a los placeres de la carne. Carlos en el colegio tu y Sanchez Tenorio eran asiduos defensores del APRA y me gustaba observarlos defendiendo sus ideas contra Cordova otro gran defensor del partido de Accion Popular, eran buenos sus coloquios. Salud

Parte de estas remembranzasa fueron publicadas en mayo de este año. Aquí va la segunda entrega:

RECUERDOS DEUSTUANOS (PARTE 2)
Imposible olvidarse de los auxiliares. Eran tres. A uno, hombre ya maduro, calvo, tranquilo y medio tontón lo apodaban “Rápido Flash”. El mote se debía a sus repentinos arranques de ira cuando le colmaban la paciencia. “Rápido Flash” solía ser permisivo en extremo, considerado, buena gente, pero esto no hacía otra cosa que promover el abuso de confianza y la desfachatez entre los forajas. Y entonces el “hombre quieto” se transformaba en una bestia; se despojaba de un cinturón de grueso cuero y arremetía contra los muchachos al grito de “Dios es Cristo”. No había quien lo pare y muchas orejas, lomos, piernas inocentes y culpables, terminaban magulladas. Santo remedio.
Del nombre o chapa del otro auxiliar difícilmente he de acordarme, pues era un malandrín que chantajeaba a los alumnos, yo entre ellos. Los muchachos, como en todos los colegios, encontrábamos en el fumar clandestino, una suerte de afirmación de nuestra independencia ficticia. Fumábamos en los baños y es allí donde este sujeto caía para, en una suerte de redada, llevarnos a su oficina, un pequeño cubículo bajo las escaleras del segundo piso. Interrogaba a cada uno y terminaba con la amenaza de “voy a citar a tu padre”. Se había enterado de que mi padre era un próspero transportista y puso especial énfasis en mi persona. El día que me encontró fumando llevaba el dinero justo para la compra del “Baldor” de Algebra. Me dijo que le diera el dinero, que él me conseguiría el texto a un precio más bajo. Jamás lo trajo. Luego se dio maña para seguir sacándome plata, sencillo, con la concha más grande del mundo. Prometía arreglar notas y otras facilidades, que finalmente yo no necesitaba y que el, probablemente, no iba a cumplir. Y entonces volvía a lo de citar a mi padre. Al final lo echaron.
Entre los auxiliares podía contarse a una mujer de unos cuarenta años, zamba clara y de trasero prominente, muy habladora y que oficiaba de “cuidadora” del bus del colegio, en el que yo iba, solo porque M. viajaba allí. Yo vivía en Chacra Ríos y ella en la Unidad Vecinal de Mirones. Se llamaba Rosa e intimó con el malandrín; solían encerrarse sospechosamente en la oficina de éste por espacios prolongados durante los recreos. Más tarde el malandrín fue reemplazado por un amigo del director, un hombre de unos sesenta años, de bigotes canos y esmeradamente recortados, de una bonhomía incuestionable, el legendario “tío Vega”. El tío Vega se ganaba al alumnado con su simpatía y su complicidad a la hora de los exámenes, cuando algunos profesores flojos o con problemas de próstata, le pedían, o que vigile todo el examen o todo un paso, o que lo haga por un rato. No bien el titular del curso se iba, el tío Vega, parado en la puerta anunciaba: “Ya pueden copiar”. Esa solidaridad era tan bien pagada que los muchachos hacían una “chanchita” para comprarle al tío Vega, una camisa el día de su cumpleaños, el 3 de diciembre.
A pesar de sus años, el tío Vega cayó también en las redes de esta Rosa, mujer bastante fresca y que definitivamente debía padecer de furor uterino. Recuerdo que en el cuarto año andaba yo con un muchacho, que luego fue dirigente democristiano, un tal Córdova, y cruzando ambos palabras con ella, se atrevió a hacernos un comentario gratuito: “El tío Vega todavía puede; me ha dicho, el sábado te quiero ver calatita”. El comentario de Córdova fue: “Esta vieja es una puta”.
No he sido en la adolescencia demasiado suspicaz, porque nunca interpreté sino como una broma el que la tal Rosa me contará que en un colectivo -los micros de entonces- un muchacho “atrevido” le había puesto una mano en un muslo. Para graficar el hecho ella tomó mi mano y la puso sobre el mismo muslo. Eso ocurrió una de las pocas veces en que decidí acompañarla a ella y al chofer hasta el último punto de la ruta, en el Callao. Ahora estoy convencido de que al regresar cotidianamente solos, esta Rosa y el chofer paraban en algún lugar de la entonces desierta avenida Venezuela y se entregaban al desenfreno de la carne.
Parece que todo esto puede ilustrar en algo lo que era el Alejandro Deustua entre 1966 Y 1968.
En la breve excursión al anexo femenino del Deustua, hacíamos regularmente dos paradas. Una de ida a un bar que quedaba a una cuadra del plantel y donde, con el mayor desparpajo del mundo nos sentábamos a tomar gaseosas y a escuchar hasta la saciedad, “Satisfactión” de los Rolling Stones.
La memoria me es poco fiel para tratar de recordar a la patota. Recuerdo a Nelson Marengo, un muchacho alto con una peluca a lo Beatle, que su padre autorizaba a usar -para envidia nuestra-, a Amancio Peña (que en su particular y cómica parla provinciana, definía al clítoris como “chiquito pene”), a Víctor “Gordo” Tenorio” (eximio ajedresista), a Rafael “Oso” Delgado, a Manuel “Chato” Pedreschi y a Mario Rodríguez Hurtado. Estos tres últimos eran quienes se disputaban el primer puesto cada año y solo eran de la partida muy de vez en cuando. El “Oso” Delgado terminó medicina, pero se perdió, a pesar de su talento, en la burocracia de los hospitales; Pedreschi, borgiano e ingeniero de sistemas, se fue del Perú e hizo su vida en Nueva Zelanda como funcionario de la IBM. Lo reencontraría en la década de los noventas en Wellington, a raíz de una visita oficial. Mario Rodríguez llegó al final de los setentas a ser Presidente de la Federación de Estudiantes de San Marcos y luego connotado penalista.
Además del bar donde escuchábamos a los Rolling Stones, hacíamos de regreso una parada en la esquina de Arica y Jorge Chávez. Allí había una chicharronería, donde como era lógico vendían también camote frito. Los muchachos podíamos comprar solo rodajas de camote frito, unas maravillosas, crocantes, crujientes rodajas, envueltas en papel despacho y coronadas con un ají de los dioses. En esos momentos la vida tenía sabor a escapada del colegio, piernas gruesas de muchachas, pequeños o medianos senos que se adivinaban tras los polos y camotes fritos como esos de la esquina de Jorge Chávez y Arica. Para qué se necesitaba más.
Pero había más y era el viaje en el bus, con M. subiendo en Recuay, con sus ojos achinaditos, su sonrisa burbujeante, sus trece o catorce años brotando como flores de campo, en medio de algo agreste. Había más y era la música de las estaciones que escuchábamos entonces, 1160, Excelsior y otras que traían las inolvidables canciones de los años felices. Cómo olvidar “Te veré en setiembre”.
Más, eran las famosas “matinales”, una suerte de “combo del espectáculo” que ofrecían varios cines de la Capital, entre ellos algunos cercano a mi barrio y colegio, el “City Hall” , el “Arica” o el “Monumental”. Se trataba de una película -una comedia romántica o una de aventuras- y de yapa una presentación musical con los más conocidas agrupaciones y cantantes de la época: los Shains, los Doltons, los Ventures, Jean Paul el Troglodita, entre otros muchos más. Al igual que muchachadas de otras latitudes, las nuestras exteriorizaban su éxtasis por la música y sus artistas “en vivo” con gritos destemplados, con desplazamientos del cuerpo de un lado a otro.
La mayoría de los estudiantes vivían en una burbuja y así continuaron haciéndolo hasta que emigraron de las aulas. Solo algunos vivíamos fuera de esa burbuja y ya nos habíamos contaminado con la política: evidenciábamos nuestra simpatía por partidos o ideologías, discutíamos ya con los profesores, anticipábamos lo que iba a ser nuestro futuro rol de dirigentes universitarios.
El año 1966 que ingresé al Deustua, cursaba el tercer año de secundaria. Mi padre era aprista y hasta un año antes yo no sentía simpatía alguna por el partido de Haya de la Torre. Pero el 65 mi padre que cotizaba considerablemente en el Partido, prestó un camión para el “Día de la Fraternidad”y me invitó a acompañar a un primo mío que iba a conducirlo. Mis ideas de los quince años eran vagamente de izquierda por influencia de un abuelo antiaprista y un tío materno comunista. Recuerdo que en el recorrido que hizo el camión, que llevaba en la plataforma una torre de cartón alusiva a los yacimientos de la Brea y Pariñas, pasó por la avenida La Colmena, en dirección al tradicional local central del PAP, en la avenida Alfonso Ugarte. Una media cuadra antes de llegar al hotel Crillón, se encontraba el local del partido de Gobierno, Acción Popular. Inevitablemente se produjo un conato de choque entre bases partidarias apristas y acciopopulistas. Desde las ventanas del edificio que albergaba el local del partido gobernante se gritaba “búfalos” y desde la calle “coyotes”. Lo primero aludía, no solo al legendario héroe aprista “Búfalo” Barreto, sino a la conducta supuesta o realmente matonesca, arrasadora, irracional de los “defensistas” del APRA; lo segundo al carácter de llorón, gritón, o lastimero del “coyote”, un animal -por lo demás sin ningún prestigio en la fauna- con el que los seguidores de Víctor Raúl Haya de la Torre identificaban a los de Fernando Belaúnde . De estos insultos se pasó a algunos pugilatos callejeros y a apedreamiento del camión donde me encontraba. Es así que de pronto me vi en un bando y reaccioné gritando contra los “coyotes” y sintiendo que otros, compañeros apristas, gritaban conmigo. Al llegar a Alfonso Ugarte pasamos por la tribuna y allí en medio del estrado la mítica figura del Jefe, el sordo, multitudinario griterío de la masa fanática. Obviamente me contagié de aprismo, por lo demás mi padre era aprista y lo fue mi abuelo, partícipe de la revuelta de Huaraz el 32 con Philips, episodio que fue secuela o replica del alzamiento de Trujillo ese año. Más tarde la represión criminal de Sánchez Cerro obligó a mi abuelo y a mi padre, entonces de 11 años a esconderse por varios años en la selva del Monzón.
De modo que llegué medio apristón al Deustua, un colegio, como decía líneas arriba, administrado por un gremio dominado por el APRA. Terminó de volverme aprista el antagonismo personal que se produjo desde un primer momento con Mario Rodríguez, cuyo padre, sino me equivoco era un magistrado huancaíno de filiación democristiana. Pero Mario ya había derivado, por lecturas y otras influencias, hacia la izquierda radical y era un ardiente defensor de la Revolución Cubana.
El alumnado “politizable” se dividió en simpatizantes del APRA y de Orellana y simpatizantes de la Izquierda y de Rodríguez. Como ambos éramos muchachos que leíamos nuestras polémicas tenían cierto nivel. Me parece incluso que este afán de polemizar frecuentemente nos llevó a cada uno a leer más textos políticos. Pero había algo más que me distanciaba de Mario, a la par que me acercaba: la poesía.
Mientras yo a mis dieciseis años escribía versos a mi musa, Mirtha, y leía a románticos como el peruano Salaverry o el mexicano Díaz Mirón, Rodríguez cantaba a la revolución y a los oprimidos y leía a poetas comunistas militantes. Finalmente, y a pesar de todo, yo me quedé con la poesía y mi antagonista con la política, que al final trocó por el Derecho.
Recuerdo nítidamente que cuando cursábamos el quinto año de media, el 68, se produjo el golpe de Juan Velasco Alvarado. Fue una mañana que se inició temprano, cuando a las seis y media mi padre ingresó súbitamente a mi dormitorio y me dio la noticia: “Han derrocado a Belaunde”. Mi padre y yo éramos entonces intensos animales políticos. En el desayuno, almuerzo y comida hablábamos de política. El aprismo de mi padre era conservador, el mío, revolucionario. Mis padres, los dos, se opusieron a que vaya al colegio, pero no pudieron detenerme.
La ciudad de Lima, como el resto del país, estaba perturbada y conmovida, remecida por un sismo político de gran intensidad. Escaseaban los “colectivos” o “colepatos” -como se llamaba aquellos días a los carros de servicio público-, líneas de ómnibus casi ninguna. Muy pocos se atrevían a exponer su vehículo al destrozo de lunas o a una volcadura e incendio por parte de manifestantes enloquecidos. Pero algún transporte había y así llegué al colegio a eso de las nueve de la mañana.
A pesar de nuestro incipiente interés por la política y nuestra supuesta indignación por un golpe destinado a todas luces a impedir el triunfo aprista en 1969, lo que nos movía a quienes nos encontramos en el Deustua era básicamente la palomillada, esa actitud y conducta despreocupadas de los muchachos que convierte incluso lo más solemne y dramático en simple charada. Caminamos por Varela hasta Arica, cruzamos la Plaza Bolognesi, camino de la Plaza de Armas o Plaza Mayor, vía Carabaya. Entrar al llamado “Damero de Pizarro” suponía sortear los sucesivos piquetes de la policía de asalto. Pero los estudiantes secundarios, que pronto nos juntamos con los “compañeros” de la Villareal que habían tomado “La Colmena” y la intersección entre este boulevard y Wilson, como entonces se llamaba la avenida Garcilaso de la Vega, nos dábamos maña para concentrarnos y apedrear vehículos y luego dispersarnos rápidamente. Eran muy pocos los que caían en las garras de la “represión”. Con estas tácticas llegamos hasta la propia Plaza de Armas. Algunos estaban mojados por obra de los carros rompemanifestaciones, la mayoría con los ojos enrojecidos por los gases lacrimógenos. Recuerdo que en la intersección de Camaná y Huallaga un grupo compacto de estudiantes era frenado por un chofer que llevaba un Chevrolet Impala en medio de la pista. Era un “valiente” que no se dejaba intimidar por los que marchaban. Recuerdo que una estudiante de la Universidad Villareal y activista aprista, Janet Gamarra, que más tarde sería periodista de “Caretas” y luego “sub Directora de “La Crónica” en tiempos del primer gobierno de García, se puso delante del vehículo. El chofer la levantó en peso. La Gamarra casi cae, pero se incorporó con agilidad y luego se dirigió hacia una pared de adobe, en ruinas, de una antigua construcción cercana. Con inusitada fuerza despegó un inmenso adobe y sin más lo dejó caer desde cierta altura sobre el parabrisas del Impala. Al ver hacerse trizas la luna delantera, el chofer emprendió la fuga, seguido de una lluvia de piedras y mentadas de madre.
Este hecho hizo que el grupo engrosara, se volviera más vociferante y se convirtiera en destructiva turba al llegar a la intersección de Camaná y La Colmena. Me cupo “bautizar” las ventanas de una aerolínea que ya ha desaparecido; sentí con malsana emoción como se venían abajo éstas con estrépito. Una lujuria de violencia se apoderó de nosotros y el tráfico quedó interrumpido por varios minutos hasta que llegó de nuevo el famoso Rochabús, que como sabemos debía su nombre al apellido de un director de Gobierno del dictador Odría.
Había circulado, ahora me parece que con el exclusivo propósito de animar a la gente, la versión de que al mediodía se haría presente en la mismísima Plaza San Martín Armando Villanueva del Campo, para arengar a las masas y empezar a resistir el “golpe gorila”. Villanueva nunca llegó, obviamente, y luego de varias horas de ir por aquí y por allá, los estudiantes se dispersaron tristemente. El golpe se había consolidado por el rechazo de un importante sector de la ciudadanía a la corrupción y el desgobierno del régimen belaundista. La cúpula de Alfonso Ugarte se había propuesto, por otro lado, posiblemente, no resistir, suponiendo que el gobierno militar duraría lo que el anterior de Pérez Godoy y Nicolás Lindley: un año. Pero estos militares llegaron para quedarse doce años o más. Se quedaron solamente doce. Los militares tuvieron el tino de no perseguir al APRA, con lo cual la resistencia aprista quedó sin la fundamental motivación de otras épocas.
Dos meses antes del golpe yo me había matriculado en la academia de preparación universitaria “Sigma”, la mas prestigiosa de entonces. Esta quedaba en “La Colmena”, casi al frente del local de Acción Popular. Por aquellos días se producía el abierto enfrentamiento entre las dos alas del partido gobernante, no solo por el asunto de la tristemente célebre “pagina 11” del contrato con la IPC, sino por supuestos acercamientos entre el sector moderado del belaundismo y el APRA. Los moderados, los llamados “carlistas” eran leales a Belaunde y Ulloa, y tenían el control del local partidario. Un buen día, y mientras escuchábamos clases en la “Sigma”, la calle se convirtió en un campo de batalla campal entre “carlistas” y “termocéfalos”, estos últimos seguidores del primer vicepresidente Edgardo Seoane, ya alejado completamente de Fernando Belaunde, pretendían tomar por asalto el local central de AP.
Resultaba un divertido espectáculo ver como las facciones belaundistas se apaleaban entre sí, acusándose mutuamente de traición. No pasaba por mi cabeza, por supuesto, que estos desordenes - un aspecto más del caos político que vivía el Perú en ese momento- irían a precipitar un desenlace como el de la madrugada del 3 de octubre de 1968.
Antes de ese día yo me veía en un mundo universitario pletórico de vida política, de debates y polémicas. Ya algo de eso se había anticipado en las reuniones políticas del Deústua, en las que incluso invitábamos a estudiantes de las universidades. No puedo olvidar a un curioso personaje que participaba de esos primeros escarceos políticos, el famoso bachiller Enciso, un militante aprista que siete años más tarde se haría famoso como agitador y, según algunos, incendiario, durante la asonada contra Velasco del 5 de abril de 1975. El nombre del famoso “bachiller Enciso se oiría bastante, vinculado a los luctuosos sucesos del Febrerazo. Recuerdo también a Enciso como parte de un grupo de muchachos apristas que conocí en 1969 en la Pontificia Universidad Católica y entre los que se encontraban el entonces aprista Angel Delgado (muy ligado en los ochentas a Alfonso Barrantes y más tarde inseparable compañero de ruta de Alberto Borea Odría, otro ex aprista), Raúl Arístides Haya de la Torre, Adolfo Venegas y…Alan García. Pero nos estamos adelantando.
La noche del 3 de octubre de 1968 se inició una etapa de profundas reformas estructurales, pero también de un periodo de aburrimiento muy propio de las dictaduras militares. Durante doce años escucharíamos no solo los sosos discursos de Velasco y Morales Bermúdez, sino solo aquello que éstos y la cúpula militar permitían. Si bien es cierto no desapareció la política de las universidades, ésta estaba profundamente limitada por la represión y una atmósfera de intimidación de parte de las autoridades universitarias, parte de las cuales era oposición al Gobierno por su extracción burguesa, pero aprovechaban la dictadura puertas adentro, para “poner orden” y acallar justas voces de los estudiantes.

domingo, 15 de agosto de 2010

DOS EMAILS


Que tal, promos. A quienes me ven "juvenil" debo decirles que la foto de la entrega es del 2006; desde entonces he soportado lo que Borges llamaba "la humillación de los años". Tampoco debo exagerar y respondo al comentario de mi querido "Maquisapa": todavía no necesito Viagra. En cuanto a las chapas usadas no hay sino una intención de bromear con viejos condiiscípulos, en especial con mi estimado Yerén. Publico aquí los dos últimos emails recibidos que rozan estos temas. Un abrazo. C.O.

De Enrique Yerén:
"Saludos Promo ,te escribo para acete una aclaracion, yo desde el 22 de enero del 2002, ingrese a un programa de Reabilitacion en el cual permanezco y me siento muy bien , desde esa fecha No levanto la primera copa,en la ultima reunion que asisti al Real Club no se si notaste que no tome ni un solo trago de licor ,pero si la pase muy bien.Saludos mañana estare escribiendo algo que paso en elbingo de la Promocion."

De; Carlos Valqui:

"Don Carlos:
Se correo es muy elocuente y simpatico, si hice un comentario en mi mail sobre "replica alturada" es solo para que se reporte en la replica del BLOG, ya que estaban sus comentarios muy ausentes buen tiempo. Mi fraterno saludo, compañero Orellana.
Otro si digo: compañero de colegio.
Carlos Valqui
Mensaje citado por Carlos Orellana :
>> Jaja
>>
>> El 12 de agosto de 2010 10:14, Carlos Valqui Guarniz
>> >> > escribió:
>>
>> > Don Carlos:
>> > Que gusto saber que ya se reportó al BLOG del cual es el Anfitrión. Don
>> > Carlos hay unos comentarios hechos por el suscrito, Yeren y Manolo, en
>> los
>> > cuales no aparece para la replica, que considero que debe ser alturada y
>> con
>> > el respeto que da el paso de los años, ajeno a credo, religión y simpatia
>> > politica. Me comunique con Benavides Poveda y me aseguró que ya aparecia
>> en
>> > el BLOG, el Gordito DIEBOLD parece asustado, no asoma la cabeza.
>> >
>> > Saludos.
>> > carlos valqui
>> >
>> > Mensaje citado por Carlos Orellana :
>> > >> DESPABILENSE, HARAGANES"

miércoles, 11 de agosto de 2010

COMO DECIAMOS AYER...


A pesar que desde Fiestas Patrias no se ha actualizado el blog deustuano, la última entrada tiene ¡22 comentarios! Eso dice mucho de la utilidad de esta página en tanto vehículo de comunicación entre nosotros. Por eso, a pesar de algunos problemas personales vuelvo a la carga para estimular a la gente a que siga escribiendo, rescatando recuerdos y anécdotas, enviando viejas y recientes fotografías. Es de lamentar que algunos deustuanos como “El abuelo” Portal o “Papi Ricky” Vargas se resistan a enviar notas ya que a estas alturas no creo posible que no se hayan enterado de la existencia del blog. En cambio es de resaltar la entusiasta colaboración y permanente presencia del “Violador de muñecas” que vivía en el jirón Varela (a la vuelta del colegio) y que siempre llegaba tarde él y su sánguche grasiento. Y por supuesto hay que aplaudir el optimismo y espíritu de camaradería del autoexiliado perucho en New Zeland, el “Judío maravilloso”; el siempre ha estado en este blog y por eso le perdonamos su cabrona petición de que coloquemos junto a la bandera patria la del Reino Unido. No jodas, pues, Cabezón.
Y, desde luego, no podemos olvidarnos del fino “Maquisapa”, de mi querido Sudapisco Yerén, un pataza al que siempre recordamos con afecto. Y también a Carlitos Valqui y al querido “Frente e’ mula. Y al Chato Rodríguez que nos puede sacar de la canasta sí o sí porque es un boga de la pitrimitri. Estos son los deustuanos más conspicuos de está página, pero no son todos y vamos creciendo. Como dijo el gran filósofo peruano Augusto Ferrando: ¡No nos ganan, por mi madre que no nos ganan!