viernes, 31 de diciembre de 2010

GRASAS BUENAS Y MALAS PARA EL CORAZON



Despedimos al año 2010 con este artículo (aparecido hoy en LA NACION de Buenos Aires) que está escrito para nosotros, próximos pasajeros de la Tercera Edad. Aquel que lo ignore porque piense que "de algo hay que morir" seguramente se ausentará de este blog en cualquier momento. Un feliz 2011, queridos promos (Judío, incluido).



Nora Bär
LA NACION


En un esfuerzo por instalar conductas de prevención en salud frecuentemente se recurre a eslóganes. Y los eslóganes, ya se sabe, simplifican -a veces excesivamente- conceptos complejos.

Uno de ellos es el que afirma que "la grasa es mala para el corazón". Porque al parecer hay grasas... y grasas. "Hace varios años que sabemos que así como hay algunas que son malas, hay otras buenas -dice el doctor Marcelo Tavella, investigador del Conicet y director del Programa de Prevención del Infarto en Argentina (Propia), de la Universidad Nacional de La Plata-. Algunas elevan el colesterol y hacen más espesa, más propensa a generar coágulos la sangre; pero también hay otras que hacen exactamente lo inverso."

Tavella y la bioquímica Graciela Peterson, investigadora de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires y directora del Area de Nutrición Experimental del Propia, firman un estudio que analizó y comparó las diferentes grasas presentes en cremas de leche, quesos crema, mantecas, aceites y la mayonesa industrial más tradicional.

Algunos de sus resultados pueden resultar sorprendentes: según el trabajo, que se basa en consensos internacionales, la mayonesa industrial tiene un impacto favorable sobre la colesterolemia.

"Nosotros buscábamos lugares en nuestra dieta en los que pudiéramos ubicar el aceite [que puede hacer descender el colesterol] y uno de esos vehículos es la mayonesa -cuenta Tavella-. Hace unos meses la compañía que la produce se acercó a pedirnos que la comparáramos con otros alimentos que contienen altos niveles de ácidos grasos. Encontramos que la mayonesa comercial (que tiene poco huevo) es una manera muy práctica de ingerir aceites vegetales que son saludables y hacen descender la colesterolemia. Además, una cucharada de mayonesa tiene un poquito menos de calorías que el propio aceite."

Reconversión alimentaria
Por factores genéticos y adquiridos, la Argentina ocupa el cuarto lugar en América en mortalidad cardiovascular. Los buenos hábitos alimentarios podrían ayudar a controlar el riesgo.

"El alto consumo de ácidos grasos saturados y colesterol es el principal responsable de la hipercolesterolemia, y ésta, del aumento de la enfermedad y la mortalidad cardiovascular", afirman los especialistas.

Los alimentos de origen animal, los productos lácteos y sus derivados (carne, leche, queso y manteca) son las principales fuentes de ácidos grasos saturados de la alimentación local. Del mismo modo, las grasas hidrogenadas (también llamadas ácidos grasos "trans", como la margarina) presentan un perfil desfavorable para la salud cardíaca.

La literatura científica muestra que así como el consumo de ácidos grasos saturados y trans aumenta la colesterolemia, los ácidos grasos insaturados producen el efecto contrario y deberían ser la opción racional a la hora de promover cambios alimentarios.

"En la lista de grasas buenas y malas, se puede decir que en general los aceites, que a temperatura ambiente son líquidos, si se consumen bajo ciertas condiciones, hacen descender nuestro colesterol -detalla Tavella-.El reemplazo de ácidos grasos saturados por insaturados [ver gráfico] produce una favorable disminución del colesterol LDL [el «malo»] y de la relación colesterol total/HDL [el «bueno»], que son considerados importantes factores predictivos de enfermedad coronaria. La mayonesa industrial es saludable porque contiene aceites vegetales no hidrogenados que hacen descender la colesterolemia ."

Entre los alimentos analizados por el Propia se pueden distinguir dos grupos: los ricos en ácidos saturados y los que tienen altos niveles de ácidos insaturados. O, dicho de otra forma, los no saludables y los saludables, respectivamente, desde el punto de vista de la salud cardiovascular.

La mayonesa, junto con los aceites de oliva estudiados, ofrece una fuente confiable y accesible de ácidos grasos insaturados.

"Por el contrario, el grupo de los derivados lácteos -afirman los científicos- exhibe en conjunto un perfil predominantemente saturado, con una riqueza relativa de ácidos mirístico y palmítico, de reconocido efecto hipercolesterolémico y, por lo tanto, poco aconsejable."

Concluye Tavella: "Aunque la población en general no es consciente de la importancia de la calidad de la grasa que integra nuestra dieta, ésta es determinante para un normal crecimiento y desarrollo, y tiene un marcado impacto en las enfermedades cardiovasculares. Deberíamos disminuir la cantidad de ácidos grasos saturados y trans, y aumentar la proporción de los insaturados y esenciales. Por eso es importante este tipo de iniciativas por parte de los fabricantes de alimentos. A medida que la tecnología avanza, la góndola no es la de hace unos años. Antes ninguna etiqueta decía «0 trans»..."

miércoles, 29 de diciembre de 2010

PAPY RICKY ENVIA MENSAJE NAVIDEÑO URBI ET ORBI


Albertico Vargas, alias Papy Ricky, presidente vitalicio de la gloriosa promoción "César Vallejo" (1968) del Alejandro O. Deustua, es un hombre recontraocupado. Esa es la razón por la que no hemos recibido su saludo protocolar (además porque le interesa un huevo este blog), de modo que para no frustrar ni deprimir a los promos hemos decidido publicar el saludo que enviara a uno de sus patas con motivo de navidad y año nuevo. Del lobo un pelo, y de Papy Ricky aunque sea un saludo prestado. El es un líder y nosotros no podemos prescindir de su fuerza moral para iniciar con vigor y esperanza el año 2011.
He aquí el saludo, guárdenlo, disfrutenlo, imprímanlo para sus hijos:

DESDE ESTE LINDO RINCÓN DEL PLANETA,
TU PERÚ,
¡FELIZ NAVIDAD, Y QUE EL 2011 VENGAS A COMER UN CEVICHE!

¡¡¡Gracias, Presidente!!! ¡¡¡Palmas deustuanas!!!

martes, 28 de diciembre de 2010

¡¡¡EL DEUSTUA ES YA COLEGIO EMBLEMATICO!!!


Lima, dic. 28 (ANDINA).-
Después de varios meses de ardua lucha por parte de la plana docente y ex alumnos del colegio Alejandro O. Deustua, el Ministerio de Educación, bajo resolución ministerial Nº 0318, firmada el pasado 26 de diciembre, declaró a dicha casa educativa como uno de los colegios considerados “colegio emblemático”, siendo la única institución educativa particular beneficiada con este proyecto que es parte del plan de trabajo del gobierno central.
La importante noticia lo dio a conocer la comisión de gestión presidida por Alberto Ruelas , ex alumno de dicho plantel, quien se mostró satisfecho, por el beneficio excepcional y extraordinario, que le ha otorgado el estado a dicho plantel través del Ministerio de Educación.
Ruelas refirió que en el Deustua han estudiado personalidades como Agustín Mantilla Campos, ex ministro del Interior; Mario Rodríguez Hurtado, connotado penalista peruano y Manuel Pedreschi Montes, ingeniero y reputado enólogo, entre otras personalidades.
Se supo de buena fuente que el colegio Deustua volverá a su local histórico del jirón Varela en Breña, luego que el gobierno central dispusiera se edifique una casona similar a la que fuera derruida, es decir una réplica de la anterior sede. La inversión alcanzará el millón de nuevos soles, presupuesto netamente del estado, expresó un funcionario del Ministerio de Educación.

lunes, 27 de diciembre de 2010

VINO Y CANCER


El escritor y enólogo Keith Stewart ha dado una advertencia a todos los bebedores de vino; parece ser que habría cierta relación entre la ingesta de ésta bebida y el incremento de cáncer de pecho en las personas.
Stewart alertó sobre ésto en su columna de vino en la última edición de Listener, una popular revista en Nueva Zelanda, como también a través del newsletter Winescribe. La explicación que da el profesional es la siguiente; el precinto con polyvinylidene chloride (PVDC) que se usa como tapa de la bebida es una sustancia que altera a las glándulas endócrinas identificada como una de las principales causas de cáncer por los especialistas del tema.
Si bien el problema vendría con la forma de ser envasada, y no con la bebida en sí, ésta nueva premisa viene a desmoronar la idea general sobre las bondades del vino que todos teníamos; bien es sabido que es bueno para el corazón, y que impide la aglutinación de lo sangre.
Sin embargo, es temprano como para comenzar a alarmarse; Philip Gregan, empresario de la industria vitivinícola de Nueva Zelanda, salió enseguida en defensa de la bebida: “El PVDC es un material que fue aprobado por las autoridades alimentarias de todo el mundo. Ha sido usado también en la industria de la comida y la medicina”.
Luego del bombardeo de críticas a su teoría, que fueron muchas, Stewart sigue firme en su opinión: “Estoy enterado de los riesgos del PVDC desde el año 2003; los de la industria del vino deberían agradecerme que hice público esto recién 5 años después”.

FELIZ CUMPLEAÑOS, QUERIDO MANOLO



Este blog festeja, con un día de retraso el monomaniático number 58 de nuestro querido condiscípulo, hoy autoexiliado en la lejana NZ, Manuel Esteban Pedreschi Montes, más conocido en el patio del Deustua como "Chato" Pedresqui o "Judío". El ilustre hojomeneado debe haber estado hecho una interminable cuba estos días de fiesta. Una tras otra ha ido descorchando y descorchando."Mazal tov"...מזל טוב , querido Yehude.

jueves, 23 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD 2010




Como administrador de este blog creado exclusivamente como un espacio de diálogo, recuerdo y afecto de los miembros de la gloriosa promoción "Cesar Vallejo" 1968 del Colegio Alejandro Deustua, les deseo unas fiestas navideñas llenas de afecto familiar. Que disfruten de la mesa compartida, creyentes y no creyentes, sabiendo que este es el único día del año en que se invoca, y se practica, algo tan escaso como la paz y la armonía. Por si acaso hemos aumentado las imágenes relativas a la navidad para satisfacer a todos. El pinguino queda para el hebreo anglófilo que mora en la austral Wellington.
Un abrazo para todos.

martes, 21 de diciembre de 2010

JAPIVERDITUYU/ CARLOS ORELLANA


Abusando de la paciencia de la promoción publico este breve relato de mi libro No todos los días se cazan elefantes (1995). Espero les guste.

JAPIVERDITUYU

I

No bien hubo cerrado la portezuela con un violento jalón que estremeció al pequeño vehículo, el tipo sacó un cigarrillo.
-¿Tiene un encendedor?-preguntó tras inclinarse y mirar el nicho donde debía existir el adminículo. Su aliento transportaba alcohol y dispepsia.
El viejo contuvo la respiración.
-No, caballero.
El hombre emitió un breve sonido animal.
-Bueno, fósforos.
-Disculpe, tampoco tengo.
-¿No tiene fósforos?
-Se me acabaron, caballero.
-Hum. Lo que pasa es que no quiere que fumen en su carro. Debería poner un letrero: "no fumar".
El taxista esbozó una sonrisa atemorizada.
-Si gusta, busco una bodega.
-No, no, déjelo así nomás- dijo el tipo como si repentinamente hubiera perdido todo interés en el acto de fumar.
El autito iba por una calle de pistas destrozadas como un gordo insecto en un jardín de pasto crecido. Era mediodía y los baches anegados espejeaban.
-Se hubiera metido por otro lado, oiga. Me está dejando sin riñones.
-Todo está igual, amigo. No crea que no pienso en mi carro.
-¡Ja!- exclamó el hombre- ¡Así que piensa en mis riñones y en su carro! ¡Que buena comparación!
Súbitamente el tipo erupta.
-Perdón por el chanchito.
-No se preocupe, caballero.
-Oiga, ¿usted es arequipeño?
-Por la gracia de Dios, caballero.
El tipo ríe:" le iba a contar un chiste de arequipeños, pero mejor no".
-Cuente, nomás.
-No, no. Ahora no tengo ganas de contar chistes.
El vehículo sortea un bache y cae en otro.
-Todos los años dicen que tapan los huecos. Y no los tapan- se excusa esta vez el chofer.
-¡Qué bien se la debe estar llevando el alcalde!
-Así es, caballero, por eso estamos jodidos. Mucho robo en el Perú.
-Hay que robar, pero hacer. Como Odría.
El taxista, que es un hombre bajito y enjuto, de pronto se siente estimulado, se endereza; sus hombros impulsan su cabeza como la de un gallo de pelea, coge mejor el timón y voltea hacia su interlocutor mientras habla.
-Tiene usted toda la razón. Fíjese cuánta obra hizo el cojo; uno le puede perdonar todo lo que se tiró.
-Como Pinochet.
-¿También robó?
El tipo iba a continuar hablando, pero de pronto algo en la calle lo distrae, captura su atención.
-Aguante, tío, aguante...
El pequeño vehículo se va deteniendo como un gran animal al acecho, sigilosamente.
-Pero no se detenga...Hágase el loco...
El auto avanza lentamente, sigue paralelo a una fila de vehículos estacionados frente a tiendas de repuestos y restaurantes que se suceden uno tras otro.
-Eso- dice el hombre -;quieto, pescado, quieto.
El Volkswagen se ha parado finalmente. El pasajero desciende con toda cautela, pero luego sale impulsado atropelladamente, disparado como una bala. En medio del gentío y los vendedores ambulantes un muchacho empieza a correr y tras él, el tipo. Una pareja de enamorados cae espectacularmente luego que aquel mozalbete se abre paso entre ellos a una velocidad casi felina. Una camioneta frena a escasos centímetros del jovenzuelo que resbala y cae al asfalto. El taxista ve que su pasajero le cae encima, lo aplasta, lo golpea, lo zamaquea mientras del gentío que súbitamente ha rodeado al cazador y su presa, brotan expresiones contradictorias: “Abusivo de mierda suelta al muchacho”, “es choro conocido, tío, encánelo”, “te cagaste, Pantera”.

-¡Trepa, mierda!- el hombre empuja al muchacho al interior del Volkswagen; ambos se sientan en la parte posterior. Se escucha ruido de metales.
Atrás ha quedado un enjambre de curiosos, risotadas, maldiciones gratuitas. El taxista observa por el espejo retrovisor al adolescente y este le devuelve una mirada tranquila, pero vidriosa.
-¿Tú dijiste, puta, nunca me va a encontrar?
El muchacho se ha recuperado y respira con más facilidad, se acomoda en el asiento levantando los brazos que terminan en muñecas enmarrocadas. El tipo también se acomoda, se relaja, vuelve a sacar de uno de los bolsillos de su saco una cajetilla, golpea con calculada displicencia el fondo de ésta y hace emerger un cigarrillo.
-Si tienes fósforos, te ganas un punto.
El chico señala con el mentón hacia el bolsillo de su camisa; el tipo toma de allí un encendedor con apariencia fina, se lo arrebata sonriente, feliz.
-Tío- ruega el muchacho- un puchito, pues.
El hombre se saca el cigarrillo de la boca y, tras una mirada perdonavidas, lo coloca entre los labios entreabiertos del chico.
-Puta, que eres conchudo, zambito.
Con más confianza el muchacho se apoltrona, extiende las piernas y lanza alegres volutas de humo, desliza, sin ayuda alguna, el cigarrillo de un extremo a otro de la boca.
El hombre lo mira con ironía:
-Puta, que eres un artista.
-¿Adónde vamos?
El tipo lanza una carcajada.
-¿Escuchó, tío? Acá el sobrino pregunta a dónde vamos.
El viejo ríe con una solidaridad nerviosa.
-Vaya por donde le dé la gana. Haga de cuenta que lleva una parejita de recién casados.
-Por si acaso, yo no le entro a la mostaza- responde el muchacho.
El tipo le lanza, sorpresivamente, un puñetazo en un brazo.
-No me faltes el respeto, pedazo de caca.
El dolor enrosca al muchacho.
-¿Sabe una cosa?-pregunta el tipo.
El chofer lanza una mirada entre temerosa e interrogativa por el retrovisor.
-Cáguese de risa: hoy es mi cumplemenos.
-¡No le puedo creer!-el taxista ha sobreparado.
-Por mi santa madre.
-Caramba, mis felicitaciones, caballero.
-Muchas gracias, tío. Sabe, así es la vida. El santo del men y encima tiene que recoger basura. Así es la vida.
El chofer voltea y mueve la cabeza.
-Por lo menos, prenda su cantor, póngase algo de música.
El taxista mueve el botón del dial y sólo encuentra valses, salsas, un noticiero y una antigua polka. Nada satisface al pasajero.
-Apague su aparato, nomás; acá mi compadre va a cantar para mí un japiverdi.
-Tengo fea voz- dice el muchacho sin despegar la mirada de la ventana.
-¡Canta conchetumadre o te jodes!
El muchacho se agazapa para librarse de otro puñetazo. El tipo sonríe con los ojos y expulsa, pacientemente, el humo de su cigarrillo.
-¿Cuál es su nombre, tío?
-¿Cuál es su nombre, tío? -imita el tipo -¿A tí que chucha te importa? Así nomás, sin el nombre.
El muchacho empieza a cantar un bolero y el tipo lo acompaña.
-Ahora un vals.
-¿Cuál?
-Cualquiera. Con sentimiento, carajo, ahh.
El muchacho siguió cantando un buen rato.
-Tienes voz de cabro, flaco, pero te has ganado otro punto.

II
La autopista se traga al autito. Desde el aire podría verse una cinta nigérrima sobre un plano con varios matices del gris. Abajo es una nueva pista asfaltada que atraviesa barrios miserables, arenales y cerros de basura y escombros. El vehículo sale de pronto de la carretera y se interna, fatigosamente, por unos terrales; se pierde en medio de una descomunal polvareda.
-Escúchame, zambo, esta es tu última oportunidad: te vas derechito a traerme el televisor y los bronces. Derechito nomás ; ¿entendiste?
El muchacho con semblante cansado asiente. El calor es agobiante y el auto permanece estacionado bajo un abandonado letrero publicitario; el chofer y el tipo descansan fuera, apoyados en los guardafangos. Después de un cuarto de hora aparece el muchacho. Viene atravesando con dificultad un terreno erizado de desperdicios y excrementos. Trae en los brazos un gran paquete. Un perro chusco sigue al muchacho y en la lejanía una mujer parece observarlos.
-Es de catorce pulgadas, casi nuevo.
-¿Y la moneda?
El muchacho mete la mano al bolsillo y saca un fajo, empieza a contar. El hombre le arrebata el fajo.
-Ya,ya, bórrate, antes que me desanime.

III
El Volkswagen se despereza con dificultad, parece que no va a prender; el chofer se rasca nerviosamente la cabeza. Finalmente el escarabajo metálico tose de manera extraña y luego ronca maravillosamente, con dignidad. El sudor del taxista se detiene. El viejo enciende la radio: ha comenzado un conocido programa de música criolla.
-Déjelo ahí, tío.
La voz ronca del intérprete emerge invicta del aparato, el tipo le hace dúo:

Yo no quiero una tumba,
ni una cruz, ni corona;
ni tampoco una lágrima,
me aburre oír llorar.
Ni tampoco me recen,
sólo pido una cosa:
para el día en que muera,
que me arrojen al mar...

lunes, 20 de diciembre de 2010

VAYANSE AL CARAJO





No crean, queridos promo, que ya me asé y los estoy mandado a la referifunfincula, sino que me ha llegado un pps bastante instructivo, en medio de todas las huevadas que me mandan. Lo comparto con ustedes, que son todos unos amigos del carajo.

sábado, 18 de diciembre de 2010

¿UN CHAMPANCITO, HERMANITO? /MARIO VARGAS LLOSA



Huachafería es un peruanismo que en los vocabularios empobrecen describiéndolo como sinónimo de cursi. En verdad, es algo más sutil y complejo, una de las contribuciones del Perú a la experiencia universal; quien la desdeña o malentiende, queda confundido respecto a lo que es este país, a la psicología y cultura de un sector importante, acaso mayoritario de los peruanos. Porque la huachafería es una visión del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás.

La cursilería es la distorsión del gusto. Una persona es cursi cuando imita algo -el refinamiento, la elegancia- que no logra alcanzar, y, en su empeño, rebaja y caricaturiza los modelos estéticos. La huachafería no pervierte ningún modelo porque es un modelo en sí misma; no desnaturaliza patrones estéticos sino, más bien, los implanta, y es, no la réplica ridícula de la elegancia y el refinamiento, sino una forma propia y distinta -peruana- de ser refinado y elegante.
En vez de intentar una definición de huachafería -cota de malla conceptual que, inevitablemente, dejaría escapar por sus rendijas innumerables ingredientes de ese ser diseminado y protoplasmático- vale la pena mostrar, con algunos ejemplos, lo vasta y escurridiza que es, la multitud de campos en que se manifiesta y a los que marca.


Hay una huachafería aristocrática y otra proletaria pero es probablemente en la clase media donde ella reina y truena. A condición de no salir de la ciudad, está por todas partes. En el campo, en cambio, es inexistente. Un campesino no es jamás huachafo, a no ser que haya tenido una prolongada experiencia citadina. Además de urbana, es antirracionalista y sentimental. La comunicación huachafa entre el hombre y el mundo pasa por las emociones y los sentidos antes que por la razón; las ideas son para ellas decorativas y prescindibles, un estorbo a la libre efusión del del sentimiento. El vals criollo es la expresión por excelencia de la huachafería en el ámbito musical, a tal extremo que se puede formular una ley sin excepciones: para ser bueno, un vals criollo debe ser huachafo. Todos nuestros grandes compositores (de Felipe Pinglo a Chabuca Granda) lo intuyeron así y, en las letras de sus canciones, a menudo esotéricas desde el punto de vista intelectual, derrocharon imágenes de inflamado color, sentimentalismo iridiscente, malicia erótica, risueña necrofilia y otros formidables excesos retóricos que contrastaban, casi siempre, con la indigencia de ideas. La huachafería puede ser genial pero es rara vez inteligente; ella es intuitiva, verbosa, formalista, melódica, imaginativa, y, por encima de todo, sensiblera. Una mínima dosis de huachafería es indispensable para entender un vals criollo y disfrutar de él; no pasa lo mismo con el huayno, que pocas veces es huachafo, y, cuando lo es, generalmente es malo.

Pero sería una equivocación deducir de esto que sólo hay huachafos y huachafas en las ciudades de la costa y que las de la sierra están inmunizadas contra la huachafería. El "indigenismo", explotación ornamental, literaria, política e histórica de un Perú prehispánico estereotipado y romántico, es la versión serrana de la huachafería costeña equivalente: el "hispanismo", explotación ornamental, literaria, política e histórica de un Perú hispánico estereotipado y romántico. La fiesta del Inti Raymi, que se resucita anualmente en el Cusco con millares de extras, es una ceremonia intensamente huachafa, ni más ni menos que la Procesión del Señor de los Milagros que amorata Lima (adviértase que adjetivo con huachafería) en el mes de Octubre.


Por su naturaleza, la huachafería está más cerca de ciertos quehaceres y actividades que de otros, pero, en realidad, no hay comportamiento u ocupación que la excluya esencialmente. La oratoria sólo si es huachafa seduce al público nacional. El político que no gesticula, prefiere la línea curva a la recta, abusa de las metáforas y las alegorías y, en vez de hablar, ruge o canta, difícilmente llegará al corazón de los oyentes. Un "gran orador" en el Perú quiere decir alguien frondoso, florido, teatral y musical. En resumen: un encantador de serpientes. Las ciencias exactas y naturales tienen sólo nerviosos contactos con la huachafería. La religión, en cambio, se codea con ella todo el tiempo, y hay ciencias con una irresistible predisposición huachafa, como las llamadas -huachafísicamente- ciencias "sociales". ¿Se puede ser "científico social" o "politólogo" sin incurrir en alguna forma de huachafería? Tal vez, pero si así sucede, tenemos la sensación de un escamoteo, como cuando un torero no hace desplantes al toro.

Acaso donde mejor se puede apreciar las infinitas variantes de la huachafería es en la literatura, porque, naturalmente, ella está sobre todo presente en el hablar y en el escribir. Hay poetas que son huachafos a ratos, como Vallejo, y otros que los son siempre, como José Santos Chocano, y poetas que no son huachafos cuando escriben poesía y sí cuando escriben prosa, como Martín Adán. Es insólito el caso de prosistas como Julio Ramón Ribeyro, que no es huachafo jamás, lo que tratándose de un escritor peruano resulta una extravagancia. Más frecuente es el caso de aquellos, como Bryce y como yo mismo, en los que, pese a nuestros prejuicios y cobardías contra ella, la huachafería irrumpe siempre en algún momento en lo que escribimos, como un incurable vicio secreto. Ejemplo notable es el de Manuel Scorza en el que hasta las comas y los acentos parecen huachafos.


He aquí algunos ejemplos de huachafería de alta alcurnia: retar a duelo, la afición taurina, tener casa en Miami, el uso de la partícula "de" o la conjunción "y" en el apellido, los anglicismos y creerse blancos. De clase media: ver telenovelas y reproducirlas en la vida real; llevar tallarines en ollas familiares a las playas los días domingos y comérselos entre ola y ola; decir "pienso de que" y meter diminutivos hasta en la sopa ("¿Te tomas un champancito, hermanito?") y tratar de "cholo" (en sentido peyorativo o no) al prójimo. Y proletarias: usar brillantina, mascar chicle, fumar marihuana, bailar rock and roll y ser racista.

Los surrealistas decían que en el acto surrealista prototípico era salir salir a la calle y pegarle un tiro al primer transeúnte. El acto huachafo emblemático es el del boxeador que, por las pantallas de televisión, saluda a su mamacita que lo está viendo y rezando por su triunfo, o del suicida frustrado que, al abrir los ojos, pide confesión. Hay una huachafería tierna (la muchacha que se compra el calzoncito rojo, con blondas, para turbar al novio) y aproximaciones que, por inesperadas, la evocan: los curas marxistas, por ejemplo. La huachafería ofrece una perspectiva desde la cual observar (y organizar) el mundo y la cultura. Argentina y la India (si juzgamos por sus películas) parecen más cerca de ella que Finlandia. Los griegos eran huachafos y los espartanos no; entre las religiones, el catolicismo se lleva la medalla de oro. El más huachafo de los de los grandes pintores es Rubens; el siglo más huachafo es el XVIII y, entre los monumentos, nada hay tan huachafo como el Sacre Coeur y el Valle de los Caídos. Hay épocas históricas que parecen construidas por y para ella: el Imperio Bizantino, Luis de Baviera, la Restauración. Hay palabras huachafas: telúrico, prístina, societal, concientizar, mi cielo (dicho a un hombre o a una mujer), devenir en, aperturar, arrebol. Lo que más se parece en el mundo de la huachafería no es la cursilería sino lo que en Venezuela llaman la pava. (Ejemplos de pava que le oí una vez a Salvador Garmendia: una mujer desnuda jugando billar, una cortina de lágrimas; flores de cera y peceras en los salones). Pero la pava tiene una connotación de mal agüero, anuncia desgracias, algo de lo que -afortunadamente- la huachafería está exenta.

¿Debo terminar este artículo con una frase huachafa? He escrito estas modestas líneas sin arrogancia intelectual, sólo con calor humano y sinceridad, pensando en esa maravillosa hechura de Dios, mi congénere: ¡el hombre!

- Mario Vargas Llosa. Publicado en El Comercio, Lima, 28 de agosto de 1983. Derechos Reservados

jueves, 16 de diciembre de 2010

DESDE ESPAÑA, PALO PA' "CONEJO VIEJO"


Asunto: Fwd: FW: DESDE ESPAÑA, CRITICA AL DISCURSO DE VARGAS LLOSA

Cortesía de mi amigo, el Almirante Nicolás Vega, admirador de Vargas Llosa, pero no sumiso a su pensamiento. Vale.
---------- Mensaje reenviado ----------
De: Nicolas Vega Castellanos
Fecha: 15 de diciembre de 2010 17:38
Asunto: FW: DESDE ESPAÑA, CRITICA AL DISCURSO DE VARGAS LLOSA
Para:



SIN PRETENDER DESMERECER LO QUE USUALMENTE LE DICE SU MUJER ,QUIEN ES LA QUE MAS LO CONOCE....PARA LO UNICO QUE SIRVES ES PARA ESCRIBIR...


Interesante punto de vista.


De todo hay en este valle del Señor……………. y a algunos quizás no les falte algo de razón.


CRITICA AL DISCURSO DE VARGAS LLOSA
Como podemos leer, cada cara de la medalla siempre es vista y opinable según intereses y pasiones, unas reales, otras virtuales y hasta apocalíticas. Esta crítica viene de España. RP

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CRITICA AL DISCURSO DE VARGAS LLOSA
rpppPor: Xurxo Martínez Crespo
Fecha de publicación: 08/12/10
Vargas Llosa se despachó contra sus fantasmas en su discurso de recepción del Premio Nobel. Llamó democracias payasas a las que no comulgan con sus ideas y ensalzó con su silencio al capitalismo salvaje de su otro país, España, que hace que sea el país europeo con mayor número de desempleados, drogadictos y personas que perdieron sus hogares a manos de los bancos a los que debían sus hipotecas.

“Payaso”, en el Perú, es un término altamente despectivo; llamó también payasos a todos los votantes bolivianos y venezolanos que votaron por sus respectivos presidentes, aunque no se refirió con esos términos a los presidentes de EUA como Bush, o a Blair o Aznar, sin olvidar a individuos como Berlusconi, Sarkozy, racistas, misóginos, ignorantes y autoritarios.

Es paradójico que estos presidentes, Evo y Chávez, de repúblicas “payasas” de Bolivia y Venezuela hayan puesto tanto empeño en alfabetizar y cultivar a sus poblaciones, porque al final éstas podrán leer a Vargas Losa y su discurso, y creo, con más preguntas que respuestas. Las estadísticas e informes de organizaciones internacionales así lo confirman; mientras la España que tanto admira Llosa sigue siendo el Estado con mayor índice en deserción escolar de toda Europa.

A España agradeció la difusión de su obra, cuando la verdad fueron catalanes nada sospechosos de españolistas, como Barral o Carmen Ballcells, los que le dieron la difusión internacional que tiene cuando él no era nadie. Otro olvido terrible.

Tuvo palabras duras Vargas Llosa para catalanes, gallegos y vascos que no quieren ser españoles ni seguir perteneciendo a un Estado español que los oprime cultural y económicamente. Otro olvido de Mario... él viene de un continente en el que sus clases más instruidas, hace 200 años, se unieron a pardos, indios y negros y dijeron a los españoles ¡Basta!

Ni una palabra crítica de Mario para los Estados Unidos, ni para los cientos de miles de muertos de sus políticas “preventivas” y de saqueo en África, Irak o Afganistán. Ni una referencia a una guerra basada en la mentira, máximo cuando él carga con el oprobio de haberse dado una vuelta por los escenarios de guerra como quien va de safari fotográfico con su hija Morgana.

Triste discurso para un hombre que nos señala un hecho evidente: se puede escribir bien y ser un mentiroso, rencoroso e ignorante.

De estos escritores, científicos, médicos, políticos está lleno el mundo. ¡Reconócelos!


=

domingo, 12 de diciembre de 2010

EL MAESTRO VASQUEZ


Si la memoria no me es ingrata y no estoy confundiendo personajes, el maestro Vásquez fue también el chofer del omnibus que iba desde Breña al Callao, pasando por Chacra Ríos, Elio y Mirones. No estoy seguro.
Esta foto la he tenido en la "congeladora" porque el original estaba muy oscuro. Se la dí a Manolo Pedreschi hace varias semanas para que le aplicara el Corel, pero no pudo encontrar este programa en toda Nueva Zelanda. Luego indagó por el a otros países de la Mancomunidad de Naciones y tampoco pudieron darle razón. Le faltó pedir el Corel a Tel Aviv. Finalmente Johnny lo bajo de Internet por 15 días.

PRIMERA COMUNION DEUSTUANA



Jorge Castañeda atesoraba unas fotos que testimonian la primera comunión de varios promos. En esos años primariosos yo estudiaba en un colegio metodista, la Escuela América, que quedaba en La Victoria, y una ceremonia de ese tipo era para mí por demás extraña. En la fotos se distingue claramente a Pedreschi, a Castañeda y creo que a Mario Rodríguez. Ojala que nuestros promos puedan identificar a otros chibolos en trance de comunión.

UNA VOZ DISIDENTE


Un comentario de Gustavo Faverón que rompe la unanimidad de elogios al discurso del Nobel Mario Vargas Llosa ante la Academia Sueca. El texto fue difundido por Faverón en su blog Puente Aéreo, bajo el título El síncope de Estocolmo.

“A juzgar por lo que dicen la prensa, los blogs, las redes sociales (e incluso los emails de mis amigos más infalibles), da la impresión de que, por primera vez, virtualmente todos los peruanos están de acuerdo en elogiar un texto de Mario Vargas Llosa. Me refiero, claro, al discurso con el que anteayer, en Estocolmo, aceptó el Premio Nobel de Literatura. Reconozco que no es el mejor momento para dar la contra; puede sonar mezquino. Pero, teniendo en cuenta que, hace no muchos años, una voluminosa mayoría de sus ahora rendidos admiradores lo llamaba traidor y cobarde y celebraba a cualquier voluntario que le lanzara un insulto, y teniendo en cuenta también que yo nunca me he contado entre esas impúdicas veletas, me voy a permitir estar en desacuerdo, y si alguien quiere llamarme mezquino, adelante.

El texto que leyó Vargas Llosa ayer no sólo fue repetitivo y caótico: fue también bastante superficial y errático: parecía que alguien le hubiera impuesto la necesidad de hablar sobre mil cosas distintas a la vez sin detenerse en ninguna. Fue una versión desdentada y, a decir verdad, poco eficaz de su vieja definición de la literatura como territorio alternativo, construido por lectores y escritores como respuesta a la pobreza trágica de vivir una sola vida en un solo universo.

Pero antes, esa idea venía siempre acompañada, en Vargas Llosa, por una noción complementaria: para él, la ficción no era solo un mundo alterno, sino un espacio crítico; hoy, no parece haber ese matiz crucial: los espacios de la ficción, los define exclusivamente como bellos, brillantes, dulces; difícil reconocer en eso su propia obra. Donde el Vargas Llosa de hoy parece definir la literatura sólo como una aventura individual, un escape, un ejercicio que nos extrae de la finitud del tiempo y el espacio al que estamos condenados, el Vargas Llosa de antes suponía que la ficción era, además, un sitio donde generar dialógicamente una mejor comprensión de nuestro mundo: no un refugio adonde escapar, sino un punto de vista para el escritor-francotirador; no un salto al costado sino una inmersión: ¿recuerdan la idea del escritor como buitre?

Ahora, en cambio, incluso cuando rinde homenaje a Camus, Malraux, Orwell y Sartre, cuatro de los dioses constantes de su parnaso, lo hace de una forma tal que, en verdad, parece estar limándoles los dientes al Camus, el Malraux, el Orwell y el Sartre que admiró en su juventud: ya no subraya en ellos, como antes, la constante disidencia del crítico, sino el deber moral de defender “las mejores opciones”.

Es como si esos mentores intelectuales hubieran dejado de impulsarlo a la contradicción y la contienda, y ahora sólo aprendiera de ellos, más apaciblemente, a sostener la razón de las verdades propias. Eso se parece bastante a lo que me pareció notar en su última novela, por cierto: ideas entendidas, asumidas, expuestas y defendidas, pero no puestas en juego. Y la escritura del discurso, por otra parte, es tan descuidada que hace decir a Vargas Llosa cosas que, está claro, él habría preferido evitar si se hubiera sentado a corregir el texto. Como aquello de enumerar, entre las cosas de las que se “enorgullece” cuando piensa en el Perú, el hecho de que “con España llegara también el África”. Es decir, una pequeña celebración de la esclavitud.

Será porque no vi el discurso ni escuché una de las mil grabaciones que circulan por ahí, sino que leí el texto; será porque al hacerlo así me perdí las voces quebradas y las cálidas arbitrariedades del romanticismo. El asunto es que a mí me pareció un texto olvidable, muy por debajo de lo que habría cabido esperar del mayor novelista contemporáneo de la lengua española”.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DE MARIO VARGAS LLOSA ANTE LA ACADEMIA SUECA


Elogio de la Lectura y La Ficción
Por Mario Vargas Llosa

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponla al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que lela pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentan tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los nuestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son un imponentes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son, actos y que una novela una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos periodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura. a las conciencias que formó. a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella Fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que lentos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, mecer del progreso, ni siquiera existida. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda formas de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empapados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los tabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendemos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico. Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse 31 cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo politice, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país. América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy -que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Isaiah Berlin y Karl Papper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de dial domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roznan y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más !e agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta nunca de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos anos producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz. Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, machismo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil. Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo. América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington. Nueva York. Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando. aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convenido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fiera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación. y porque allí amé. Odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he techo siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinocha, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si -el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fiera víctima una vez vas de un golpe de Estado que aniquilan nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los denlas desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que urdan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con remendad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “Todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevarnos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores muscos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo¬cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación, a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticada, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas criticas, pan ser justas, deben ser una autocritica. Porque, al independizamos de España, hace doscientos alas, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad eme ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta encorares prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apeno ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde fobia que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Pan mi, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde en estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la perra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una cenen: que el final de la dictadura cm inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosas como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues conviene en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la casa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convienen en hitos de la memoria y escudos corea la soledad. La patria no son las banderas ni !os himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mi una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis dos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños. se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido buenito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” -lindo y triste apelativo-, donde descubrí que ro eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obra escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón cono por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas panes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, coronado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, La prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Alvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las malezas, y es tan generosa que, hasta cuándo cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir“.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios. en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me mercera aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre habla muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y. desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad. la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora. en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de tabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una histona, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manen de vivir“, dijo Flaubert. Si, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo corno un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando una forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privados de su libre albedrío sin matarlos sin que la historia pierda poder de persuasión es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada dial semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima. La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia sobre toda cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos altos de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro que sólo sobre un escenario cobrarla la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena con Norma Meandro en el papel de la heroína, que, desde entonces entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que a mis setenta años, me subirla (debería decir mejor me arrastrarla) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía. vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan 0llé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo. ros ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrirnos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos iras dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar ilustrarlas y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comento la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las encalas de La naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados par los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la nona de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño. goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin yegua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventarnos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modeladas con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la sida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad, hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenernos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentirnos terrenales y eternos a la vez la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están darás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

Estocolmo, 10 de diciembre del 2010