sábado, 24 de abril de 2010

EL GOLPE DEL 68


Lo que sigue es el fragmento de un libro de crónicas "Memoria y antología de los 70s " de Carlos Orellana
" Recuerdo nítidamente que cuando cursábamos el quinto año de media, el 68, se produjo el golpe de Juan Velasco Alvarado. Fue una mañana que se inició temprano, cuando a las seis y media mi padre ingresó súbitamente a mi dormitorio y me dio la noticia: “Han derrocado a Belaunde”. Mi padre y yo éramos entonces intensos animales políticos. En el desayuno, almuerzo y comida hablábamos de política. El aprismo de mi padre era conservador, el mío, revolucionario. Mis padres, los dos, se opusieron a que vaya al colegio, pero no pudieron detenerme.
La ciudad de Lima, como el resto del país, estaba perturbada y conmovida, remecida por un sismo político de gran intensidad. Escaseaban los “colectivos” o “colepatos” -como se llamaba aquellos días a los carros de servicio público-, líneas de ómnibus casi ninguna. Muy pocos se atrevían a exponer su vehículo al destrozo de lunas o a una volcadura e incendio por parte de manifestantes enloquecidos. Pero algún transporte había y así llegué al colegio a eso de las nueve de la mañana.
A pesar de nuestro incipiente interés por la política y nuestra supuesta indignación por un golpe destinado a todas luces a impedir el triunfo aprista en 1969, lo que nos movía a quienes nos encontramos en el Deustua era básicamente la palomillada, esa actitud y conducta despreocupadas de los muchachos que convierte incluso lo más solemne y dramático en simple charada. Caminamos por Varela hasta Arica, cruzamos la Plaza Bolognesi, camino de la Plaza de Armas o Plaza Mayor, vía Carabaya. Entrar al llamado “Damero de Pizarro” suponía sortear los sucesivos piquetes de la policía de asalto. Pero los estudiantes secundarios, que pronto nos juntamos con los “compañeros” de la Villareal que habían tomado “La Colmena” y la intersección entre este boulevard y Wilson, como entonces se llamaba la avenida Garcilaso de la Vega, nos dábamos maña para concentrarnos y apedrear vehículos y luego dispersarnos rápidamente. Eran muy pocos los que caían en las garras de la “represión”. Con estas tácticas llegamos hasta la propia Plaza de Armas. Algunos estaban mojados por obra de los carros rompemanifestaciones, la mayoría con los ojos enrojecidos por los gases lacrimógenos. Recuerdo que en la intersección de Camaná y Huallaga un grupo compacto de estudiantes era frenado por un chofer que llevaba un Chevrolet Impala en medio de la pista. Era un “valiente” que no se dejaba intimidar por los que marchaban. Recuerdo que una estudiante de la Universidad Villareal y activista aprista, Janet Gamarra, que más tarde sería periodista de “Caretas” y luego “sub Directora de “La Crónica” en tiempos del primer gobierno de García, se puso delante del vehículo. El chofer la levantó en peso. La Gamarra casi cae, pero se incorporó con agilidad y luego se dirigió hacia una pared de adobe, en ruinas, de una antigua construcción cercana. Con inusitada fuerza despegó un inmenso adobe y sin más lo dejó caer desde cierta altura sobre el parabrisas del Impala. Al ver hacerse trizas la luna delantera, el chofer emprendió la fuga, seguido de una lluvia de piedras y mentadas de madre.
Este hecho hizo que el grupo engrosara, se volviera más vociferante y se convirtiera en destructiva turba al llegar a la intersección de Camaná y La Colmena. Me cupo “bautizar” las ventanas de una aerolínea que ya ha desaparecido; sentí con malsana emoción como se venían abajo éstas con estrépito. Una lujuria de violencia se apoderó de nosotros y el tráfico quedó interrumpido por varios minutos hasta que llegó de nuevo el famoso Rochabús, que como sabemos debía su nombre al apellido de un director de Gobierno del dictador Odría.
Había circulado, ahora me parece que con el exclusivo propósito de animar a la gente, la versión de que al mediodía se haría presente en la mismísima Plaza San Martín Armando Villanueva del Campo, para arengar a las masas y empezar a resistir el “golpe gorila”. Villanueva nunca llegó, obviamente, y luego de varias horas de ir por aquí y por allá, los estudiantes se dispersaron tristemente. El golpe se había consolidado por el rechazo de un importante sector de la ciudadanía a la corrupción y el desgobierno del régimen belaundista. La cúpula de Alfonso Ugarte se había propuesto, por otro lado, posiblemente, no resistir, suponiendo que el gobierno militar duraría lo que el anterior de Pérez Godoy y Nicolás Lindley: un año. Pero estos militares llegaron para quedarse doce años o más. Se quedaron solamente doce. Los militares tuvieron el tino de no perseguir al APRA, con lo cual la resistencia aprista quedó sin la fundamental motivación de otras épocas.
Dos meses antes del golpe yo me había matriculado en la academia de preparación universitaria “Sigma”, la mas prestigiosa de entonces. Esta quedaba en “La Colmena”, casi al frente del local de Acción Popular. Por aquellos días se producía el abierto enfrentamiento entre las dos alas del partido gobernante, no solo por el asunto de la tristemente célebre “pagina 11” del contrato con la IPC, sino por supuestos acercamientos entre el sector moderado del belaundismo y el APRA. Los moderados, los llamados “carlistas” eran leales a Belaunde y Ulloa, y tenían el control del local partidario. Un buen día, y mientras escuchábamos clases en la “Sigma”, la calle se convirtió en un campo de batalla campal entre “carlistas” y “termocéfalos”, estos últimos seguidores del primer vicepresidente Edgardo Seoane, ya alejado completamente de Fernando Belaunde, pretendían tomar por asalto el local central de AP.
Resultaba un divertido espectáculo ver como las facciones belaundistas se apaleaban entre sí, acusándose mutuamente de traición. No pasaba por mi cabeza, por supuesto, que estos desordenes - un aspecto más del caos político que vivía el Perú en ese momento- irían a precipitar un desenlace como el de la madrugada del 3 de octubre de 1968.
Antes de ese día yo me veía en un mundo universitario pletórico de vida política, de debates y polémicas. Ya algo de eso se había anticipado en las reuniones políticas del Deústua, en las que incluso invitábamos a estudiantes de las universidades. No puedo olvidar a un curioso personaje que participaba de esos primeros escarceos políticos, el famoso bachiller Enciso, un militante aprista que siete años más tarde se haría famoso como agitador y, según algunos, incendiario, durante la asonada contra Velasco del 5 de abril de 1975. El nombre del famoso “bachiller Enciso se oiría bastante, vinculado a los luctuosos sucesos del Febrerazo. Recuerdo también a Enciso como parte de un grupo de muchachos apristas que conocí en 1969 en la Pontificia Universidad Católica y entre los que se encontraban el entonces aprista Angel Delgado (muy ligado en los ochentas a Alfonso Barrantes y más tarde inseparable compañero de ruta de Alberto Borea Odría, otro ex aprista), Raúl Arístides Haya de la Torre, Adolfo Venegas y…Alan García. Pero nos estamos adelantando.
La noche del 3 de octubre de 1968 se inició una etapa de profundas reformas estructurales, pero también de un periodo de aburrimiento muy propio de las dictaduras militares. Durante doce años escucharíamos no solo los sosos discursos de Velasco y Morales Bermúdez, sino solo aquello que éstos y la cúpula militar permitían. Si bien es cierto no desapareció la política de las universidades, ésta estaba profundamente limitada por la represión y una atmósfera de intimidación de parte de las autoridades universitarias, parte de las cuales era oposición al Gobierno por su extracción burguesa, pero aprovechaban la dictadura puertas adentro, para “poner orden” y acallar justas voces de protesta de los estudiantes."

1 comentario:

  1. Yo tambien me prepare para el examen de admision de la UNI durante todo el '68 por las noches en la academia Instituto Matematico Superior, que me parece era el otro nombre de la Sigma.

    Caminando del colegio a la academia (todos los dias) yo pasaba por la infame Casa del Pueblo en la avenida Alfonso Ugarte. Lo unico bueno alli era un rico salchipapas con todo

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