
He intercambiado con Manolo Pedreschi ideas a través de Internet, hace ya varios meses. El se confiesa “libertario” y partidario del modelo neoliberal y porque yo no estoy de acuerdo con ese pensamiento me llama “socialista” y, además, simpatizante de Hugo Chávez. Dejemos a un lado las etiquetas y vayamos al examen de la realidad cotidiana de un país como el Perú, aún atrasado y subdesarrrollado.
Cuando hablo de Mario Vargas Llosa estoy hablando no de alguien a quien detesto, sino del político que a fines de la década de los 80s resucitó un pensamiento económico que estaba en boga en el mundo (el tatcherismo y el reaganismo eran su mejor expresión), pero que tenía sólidos antecedentes en nuestro país: el pensamiento de Pedro Beltrán y “La Prensa”. Contra los excesos de un populismo estatizante, o un estatismo populista como el de Alan García, Vargas Llosa levantó las banderas de un modelo de economía abierta que hoy llamamos neoliberalismo a secas.
Por cierto que estoy haciendo, por obvias razones, necesarias generalizaciones, no puedo hacer otra cosa. En términos generales el neoliberalismo en el Perú (un importante sector del Fujimorismo, aunque no el propio Fujimori; el PPC y otros grupos) supone que la apertura económica, la “desregulación”, las inversiones extranjeras y nacionales y un Estado reducido a su mínima expresión, son la fórmula para el desarrollo nacional. Es decir para terminar con la pobreza, la marginación, y en suma, la infelicidad de los peruanos. Con fórmulas que han hecho ricos a países como Japón. Corea del Sur, Malasia, Estados Unidos y algunos ex países socialistas, se puede desarrollar al Perú.
Yo creo que eso es totalmente falso. Lo que vemos en el Perú desde hace 20 años es crecimiento económico, que no es lo mismo que desarrollo. Vemos grandes cifras macroeconómicas producto del arribo de inversiones como no se habían visto en 50 años, vemos signos exteriores de prosperidad que van desde los fastuosos mall en Lima, grandes hoteles de 5 estrellas de cadenas famosas, miles de lujosas camionetas 4x4. Vemos algo como el balneario de Asia, al sur de Lima, que es una triste imitación de Miami. Pero a unos kilómetros de Asia existen asentamientos humanos realmente miserables. Estos poblaciones paupérrimas rodean Lima, hay 4 o 5 millones de pobres extremos en asentamientos que un socioecólogo como Ignacy Sachs (¡leerlo por favor!) llama con toda propiedad “campo de refugiados”.
No se necesita ser muy inteligente para comprender que el modelo económico actual (en vigencia desde hace 20 años) no va a resolver el problema del ser humano en el Perú. El Estado ha hecho y sigue construyendo infraestructura de todo tipo para terminar con un déficit histórico de carreteras, puentes, irrigaciones, hospitales, escuelas, ect. Nadie puede estar en contra de esto.
Lo que el modelo no puede hacer y no va a hacer es crear empleo productivo para 4 o 5 millones de desocupados de la periferia urbana. Entonces la utopía reaccionaria concibe los programas sociales para ayudar a esta gente. ¿Es esto posible? Desde luego que no. No hay salida.
Hoy en el Perú funciona un extraordinario programa de combate a la pobreza de inspiración y ejecución privada: “Sierra exportadora” (¡por favor informarse sobre él en Internet!). “Sierra Exportadora puede resolver el problema de la pobreza en el ámbito rural, pero y qué de la pobreza en el ámbito urbano.
Es absurdo pensar ya en términos excesivamente generales y abstractos que un modelo y un pensamiento que han funcionado en Malasia y Nueva Zelanda puedan funcionar en el Perú. No solo se trata de realidades totalmente distintas, sino de tiempos distintos.
Alguna vez alguien me hablo del milagro sueco y de lo bien que vivían los obreros suecos y que eso debería ser el sueño latinoamericano. Esa persona ignoraba que el peculiar e intransferible modelo de desarrollo sueco empezó con el predominio de la socialdemocracia y que si un obrero sueco vive también es porque como un obrero japonés o norteamericano produce en una economía que exporta manufacturas. Los obreros suecos viven bien porque nosotros compramos camiones Volvo o Scania y vendemos hierro. Intercambio desigual que le dicen. Algo que se sabe desde hace 40 años en América Latina. Y bueno, ¿por qué no le agregamos valor a lo que producimos? Es fácil decirlo. Es necesario comprender la intrincada red de intereses que existen para evitar que nuestros países se conviertan en productores de manufacturas. Para alguien que quiere entender este tema yo le recomiendo que lea la historia del Paraguay, el que fue antes de la guerra de la Triple Alianza (argentina, Uruguay, Brasil) el más avanzado país de América del Sur. A mediados del siglo XIX Paraguay empezaba a construir barcos con componentes de acero. Hay que conocer algo de historia latinoamericana y saber qué pasó con estas experiencias.
Los que tenemos memoria del razonamiento pueril del extremismo de izquierda producido en los cafés de la bohemia intelectual, entre los sesentas y los setentas, no podemos sino asombrarnos de cómo se le parece a éste el extremismo neoliberal de los noventas de los cafés exclusivos, las salas de convenciones de los hoteles de cinco estrellas, y las universidades pitucas. Colonialismo mental, como diría el viejo Haya.
La fórmula posible para terminar con la pobreza y la degradación humana en el Perú y en el mundo debe excluir aquello que los liberales consideran la esencia de todo acto creador de riqueza: el egoísmo. Muchos de los conceptos que manejamos, egoismo, competencia, lucro no son inherentes a la naturaleza humana, son de reciente creación cultural, de unos siglos antes, pero los “filósofos” liberales nos quieren hacer creer lo contrario. Yo me apoyo en la ciencia, no en la seudofilosofía. Para entender el egoísmo no hay que seguir a Adam Smith o Paul Samuelson, sino a Marvin Harris, el padre de la más importante corriente antropológica norteamericana: el materialismo cultural.
Leamos y pensemos, no hagamos religión como Mario Vargas Llosa que en sus artículos de divulgación no hace otra cosa que dar un catecismo. Y no por el hecho de ser un Premio Nobel literario va a tener razón en todo. Por ejemplo es un vulgarizador de Karl Popper al que no comprende. Pero eso ya sería materia de un artículo más extenso y menos general.
Nuestros liberales fin de siecle piensan que la vara mágica de las inversiones en torrente (vengan de donde vengan y como vengan), las privatizaciones de todo (hasta del aire), y la reducción del Estado a su mínima expresión, se traerán abajo la miseria de las mayorías ciudadanas, y su secuela de calamidades. Vemos que no ha sido así durante todo el siglo veinte, siglo en el que se ha ensayado muchas veces una articulación desventajosa de nuestra economía más moderna con el mercado internacional. Ahora la utopía globalizadota nos viene con otro cuento: los pobres deben esperar que la economía nacional crezca a más de 7% durante 15 o 20 años para llegar al paraíso liberal, es decir optar por una paciencia taoísta, mientras los de arriba pueden vivir como mandarines. ¡Qué tal concha!
En el 2010 estamos procesando todavía lo que fue la Revolución Rusa, el mayor acontecimiento histórico del siglo XX. No hay que adelantar juicios definitivos sobre una posible o imposible proyección de las ideas de progreso que lo fecundaron. Los ingenuos liberales ya extendieron sin embargo partida de defunción a las ideas de progreso, olvidando la lección histórica de la Revolución Francesa. Esta no murió con la Restauración de 1830, con la Reacción Conservadora, el antiiluminismo furioso y la Santa Alianza. El pueblo oprimido no estuvo del lado de la reacción. Como dicen los historiadores Georges Duby y Robert Mandrou “los procesos históricos no tienen retorno”. De modo que no hay que simplificar y hacer fast filosofía o chatarra ideológica y soñar con el fin de la historia.
Carlos Orellana