
Creo que nuestra generación creció con la narrativa de Vargas Llosa. Cuando éramos niños (1958) el escritor hispano-peruano ganó el premio Leopoldo Alas con una colección de relatos titulado "Los Jefes", de impecable factura. Me parece que años más tarde circuló el libro en las ediciones de Populibros. Por entonces -inicios de la década de los sesentas- se dio un pequeño y limitado boom literario local, el realismo urbano, que tenía como figuras a Carlos Eduardo Zavaleta, Enrique Congrains Martín, Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reinoso, Miguel Gutiérrez y Mario Vargas LLosa. Por primera vez el mundo, la subcultura de la urbe peruana ingresaba violentamente a la narrativa peruana. Icono de esta irrupcion fue sin duda una obra maestra, La ciudad y los perros, publicada cuando Vargas Llosa tenía apenas 26 años. A través de esta nueva narrativa los lectores, especialmente adolescentes como nosotros, se vieron retratados en los conflictos y personajes. La ciudad y los perros circuló de mano en mano, todo el mundo quería leerla porque por primera vez se asociaba literatura seria con realidad cruda e inmediata. Por primera vez un libro que podíamos leer (con alguna censura familiar) nos hablaba de nuestra realidad: nuestra pujante sexualidad, los prostíbulos, el lenguaje de la calle, el reconocimiento de lugares existentes y concretos que reafirmaban el caracter realista de esta literatura. Luego vinieron Los cachorros, La casa verde y Conversación en la Catedral, libros que leímos ya al final de la adolescencia y en las puertas de la universidad.
Nuestra adolescencia estuvo marcada por estas historias e imágenes de un Perú en transición. Personajes como "El esclavo", "El Jaguar" (que más tarde veríamos en la pantalla grande) contribuyeron a forjarnos una identidad de jóvenes peruanos criollos y urbanos. Igual cosa ocurrió con el libro "Los inocentes" o "Perú en rock" de Oswaldo Reinoso. De este último libro salió la chapa de nuestro querido Rafael Delgado: "Colorete". Las historias de Vargas Llosa fueron un espejo en el que nos vimos retratados. El valor sociólogico y testimonial, además del literario, es relevante.
Desde mi punto de vista -y para mi gusto- hay, sin embargo, dos Vargas Llosa: el que hace una literatura afilada, absolutamente crítica de la sociedad peruana y sus taras, y otro, el que copado por el exito editorial se aburguesa y hace una literatura de entretenimiento como Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor y Travesuras de la niña mala, entre otros ejemplos.
Hay un Vargas Llosa odiado por los militares, los curas reaccionarios, las viejas pitucas y los banqueros y otro, que recibe un honoris causa en el auditorio de la Universidad de Lima a donde van a aplaudirlo los militares, los curas reaccionarios, las viejas pitucas y los banqueros. Yo me quedo con el primer Vargas Llosa que es un maestro de la técnica narrativa a nivel mundial,y que fue un escritor agudo y corrosivo. Mas tarde su prosa, a decir de un amigo crítico literario adquirió la brillantez de la prosa notarial.
Hay algo que admiro en Vargas Llosa, además de su talento como innovador de las técnicas narrativas: su desprecio por el chauvinismo, su desinterés por el patriotismo, su rechazo a cualquier exaltación nacionalista. Preguntado sobre cual era el poeta que más admiraba, Vargas Llosa no mencionó al peruano César Vallejo, sino al chileno Pablo Neruda. Y está bien, la literatura no tiene patria.
Hay algo que dijo uno de estas últimas noches Jaime Bayly en El francotirador: que el triunfo de Vargas Llosa no es un triunfo nacional, sino personal. Es verdad.
Y eso me hace recordar que cuando a Borges le preguntaron si se sentía orgulloso de que haya ganado la selección argentino, el Maestro dijo: "yo no he jugado en esa selección".
Hace 40 años Vargas Llosa era para el Perú Conservador (que hoy lo aplaude) una oveja negra. Hasta quemaron su libro La ciudad y los perros. El Perú de los de arriba no solo no lo tomaba en cuenta, sino que lo detestaba. Vargas Llosa continuó escribiendo "contra viento y marea", a pesar del Perú y los peruanos, de modo que su triunfo es solo de él y no del Perú.
Hoy se enseña en todos los colegios quien fue César Vallejo, pero cuando el más grande poeta peruano vivía nadie le dio un real para comer. Muerto, quisieron repatriar sus restos. No jodan a los escritores, ellos no son de ninguna patria, sino de la humanidad. Perdonen mi franqueza. Un abrazo.
Carlos Orellana